Susana Quiroga
Dra. en Filosofía y Letras con Orientación en Psicología, UBA, 1983. Lic. en Psicología, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Miembro Titular en Función Didáctica (APA) y Full Member of the International Psychoanalytic Association (IPA). Categorizada como Investigadora Categoría I (CIN). Investigadora certificada en la University College London. Profesora Titular Consulto, UBA. Directora del Programa de Actualización en Clínica Psicoanalítica de las Patologías Actuales. Directora del Programa de Psicología Clínica para Adolescentes, Sede Regional Sur, UBA. Directora del Proyecto UBACYT 2008-2010 P049. Autora de Del goce orgánico al hallazgo de objeto y Patologías de la Autodestrucción.

Glenda Cryan
Dra. en Psicología, UBA; Lic. en Psicología, UBA. Investigadora Asistente del CONICET. Docente de la Cátedra I de Psicología Evolutiva II: Adolescencia. Investigadora de apoyo en los Proyectos UBACYT 2004-2007 P069 y 2008-2010 P049.

RESUMEN

El objetivo de este trabajo es reflexionar acerca de las conceptualizaciones teóricas y de las denominaciones que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia juvenil, especialmente desde el punto de vista psicodinámico.

Los adolescentes violentos presentan dificultades técnicas y metodológicas para su abordaje, dado que se caracterizan por desconexión afectiva y cognitiva y conductas amenazantes de odio y descalificación del otro combinadas con estados de vacío mental y desvitalización. Dado que la mayoría de los pacientes son derivados por instituciones externas, resulta de fundamental importancia realizar un diagnóstico específico.

En primer lugar, se presenta una delimitación de los diferentes términos que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia (conflicto, agresividad, agresión, violencia, delincuencia) así como también las diferentes conceptualizaciones de la violencia realizada desde diversas escuelas teóricas, incluyendo los desarrollos realizados acerca de la violencia juvenil.

En segundo lugar, se presenta la conceptualización psicodinámica de la violencia, la cual incluye los desarrollos metapsicológicos freudianos y postfreudianos, en el que se hará referencia en un apartado especial a la díada vincular primaria.

Por último, se incluye un caso clínico en el que se articulan los desarrollos teóricos expuestos. PALABRAS CLAVE: violencia juvenil – conceptualización teórica – desarrollos freudianos y postfreudianos.

ABSTRACT: THEORETICAL CONCEPTUALIZATION ABOUT THE YOUTH VIOLENCE DESIGNATIONS

The aim of this paper is to reflect upon the theoretical conceptualizations and designations which are commonly used to refer to youth violence, especially from the psychodynamic point of view.

Violent adolescents show technical and methodological difficulties to be approached since they are characterized by emotional and cognitive disengagement and threatening behavior involving hatred and disqualification of the others, in combination with mental emptiness episodes and devitalization. Since most patients are referred by external institutions, it is of crucial importance to carry out a specific diagnosis.

First, we present the boundaries to the different terms commonly used to refer to violence (conflict, aggression, aggressiveness, violence, crime) as well as several conceptualizations of violence, accomplished by different theoretical schools, including developments about youth violence.

Secondly, we present the psychodynamic conceptualization of violence, which includes the freudian and post-freudian metapsychological developments, in which the primary dyad will be referred to under a separate link.

Finally, we include a case in which the exposed theoretical developments appear articulately. KEY WORDS: youth violence – theoretical conceptualization – freudian and post-freudian developments.

1. Introducción

En la Universidad de Buenos Aires funciona desde el año 1997 el Programa de Psicología Clínica para Adolescentes (Directora: Prof. Dra. Susana E. Quiroga), en donde se asisten a adolecentes tempranos, medios y tardíos con conductas antisociales y autodestructivas. Las características de este tipo de adolescentes y el contexto psicosocial en el que se desarrollan hacen que los adolescentes y sus familias estén expuestos a situaciones de alta vulnerabilidad y riesgo. Estas características incluyen reiterados traumas infantiles, desamparo psíquico y físico, migraciones, cambios de estructura familiar, desaparición o muerte dudosa de los progenitores en un contexto de delincuencia, consumo y tráfico de drogas, pudiendo ser víctimas de abuso físico y sexual (Quiroga y Cryan, 2004, 2005 b; Quiroga, Emborg, González, Pérez Caputo, y Fernández, 2002; Quiroga, Nievas, Domínguez, González, Emborg, et.al, 2003, Quiroga, Nievas, Maceira, González y Dominguez, 2005).

En líneas generales, los adolescentes violentos presentan dificultades técnicas y metodológicas para su abordaje, dado que se caracterizan por desconexión afectiva y cognitiva y conductas amenazantes de odio y descalificación del otro combinadas con estados de vacío mental y desvitalización. Es por ello, que se creó y desarrolló un dispositivo diagnóstico-terapéutico denominado Grupo de Terapia Focalizada- GTF específico para el abordaje terapéutico de la violencia juvenil. El estudio y análisis de la eficacia terapéutica de este dispositivo se enmarca dentro de los Proyectos de Investigación UBACyT 2001-2003: P056, UBACyT 2004-2007: P069 y UBACyT 2008-2010 P049 (Directora: Prof. Dra. Susana E. Quiroga), subsidiados por la Universidad de Buenos Aires.

En la Unidad de Violencia de este Programa, la mayoría de los pacientes son derivados por escuelas, juzgados e instituciones de acción social. Es por ello que resulta de fundamental importancia realizar un diagnóstico específico acerca de las conductas violentas por las que son derivados.

El objetivo de este trabajo es reflexionar acerca de las conceptualizaciones teóricas y de las denominaciones que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia juvenil, especialmente desde el punto de vista psicodinámico.

En primer lugar se presentará una delimitación de los diferentes términos que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia así como también las diferentes conceptualizaciones de la violencia realizadas desde diversas escuelas teóricas, incluyendo los desarrollos realizados acerca de la violencia juvenil. En segundo lugar, se presentará la conceptualización psicodinámica de la violencia, la cual incluye los desarrollos metapsicológicos freudianos y postfreudianos, en el que se hará referencia en un apartado especial a la díada vincular primaria. Por último, se incluirá un caso clínico en el que se articularán estos desarrollos teóricos.

2. Desarrollos acerca del concepto de Violencia

2.1 Delimitación de Conceptos: Conflicto, Agresividad, Agresión, Violencia y Delincuencia

Algunos términos son utilizados con frecuencia en forma indiscriminada para describir a los adolescentes violentos; es por ello que resulta importante conocer el alcance de los mismos. En este punto, se presentan las definiciones más abarcativas acerca de estos términos, a través de la delimitación de los conceptos de conflicto, agresividad, agresión, violencia (que será desarrollado más ampliamente en el próximo punto) y delincuencia.

El término conflicto suele ser definido, en general, como el conjunto de factores que se oponen entre sí. Desde el psicoanálisis se considera al conflicto como constitutivo del ser humano (Laplanche y Pontalis, 1996) y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el deseo y la defensa, conflicto entre sistemas (Inc-Prec-Cc) y conflicto entre instancias (yo, ello y superyo). Además de ello se puede considerar el conflicto entre pulsiones, el conflicto edípico y el conflicto con lo prohibido o el superyo. La resolución del conflicto implica un trabajo orientado a la obtención de un nuevo equilibrio psíquico, más estable que el anterior.

Con respecto a la agresividad, la misma representa la capacidad de respuesta del organismo para defenderse de los peligros potenciales procedentes del exterior (Echeburúa, 1989). Esto implica considerar a la agresividad como una respuesta adaptativa de los seres humanos que forma parte de las estrategias de afrontamiento de que disponen los mismos. En este sentido, Lolas (1991) distingue tres dimensiones en la noción de agresividad: una conductual a la que denomina agresión, una fisiológica que apunta a los concomitantes viscerales y autonómicos y que forma parte de los estados afectivos, y por último, una vivencial o subjetiva a la que denomina hostilidad y que califica la experiencia del sujeto. Esta conceptualización de la agresividad permite afirmar que  todas las personas son agresivas pero no necesariamente violentas.

En forma directamente relacionada con la agresividad, se encuentra el término de agresión, ya que el mismo remite a la conducta mediante la cual la potencialidad agresiva se pone en acto. A través de esta conducta, se puede entender que la agresión comunica un significado a través de las diferentes formas que adopta (motoras, verbales, gesturales, posturales, etc.). Esta conceptualización de la agresión permite observar que la misma tiene un origen (agresor) y un destino (agredido); en este punto resultan fundamentales los desarrollos de Benyakar (2003), quien plantea que el rasgo fundamental de la agresión es que el ejecutor del daño se presenta abiertamente como tal, emitiendo signos que alertan al destinatario y que le permiten desarrollar modos de defenderse.

A diferencia de la agresión, la violencia tiene, por el contrario, un carácter destructivo sobre las personas y los objetos, lo cual supone una profunda disfunción social. Continuando con los desarrollos de Benyakar (2003), el autor sostiene que lo que diferencia a la agresión de la violencia, es que en esta última el ejecutor del daño aparece enmascarado, solapado y no permite al otro advertir la amenaza contenida en la situación, alertarse y defenderse; esto implica que la fuente productora de violencia no puede ser identificada por el agredido. Es interesante considerar la diferenciación que realiza Echeburúa (1989) acerca del término violencia: por un lado se encontraría la violencia  que se desencadena en forma impulsiva o ante diferentes circunstancias tales como el abuso de alcohol, el fanatismo político o religioso, una discusión, etc. y por otro, la violencia que se presenta, como en el caso de la personalidad psicopática, de una forma planificada, fría y sin ningún tipo de escrúpulos.

Por último, el concepto de delincuencia implica un significado diferente a los anteriores, ya que la misma se refiere a la transgresión de los valores sociales vigentes en una comunidad en un momento histórico determinado. En este sentido, la delincuencia puede acompañarse o no de conductas violentas (Echeburúa, 1989).

Como se puede observar en estas conceptualizaciones, la delimitación de estos términos a menudo no es muy clara y pueden llevar a confusiones al intentar realizar un diagnóstico adecuado. Sin embargo, a modo de síntesis, se pueden considerar algunas características particulares que los distinguen: el conflicto es constitutivo del ser humano, la agresividad representa la capacidad de respuesta del organismo para defenderse de los peligros potenciales procedentes del exterior, la agresión remite a la conducta mediante la cual la potencialidad agresiva se pone en acto, la violencia tiene un carácter destructivo sobre las personas y los objetos imposibilitando la defensa, y la delincuencia implica la transgresión de valores sociales pudiendo estar acompañada o no de conductas violentas.

2.2 Conceptualización de la Violencia

La raíz etimológica del término violencia remite al concepto de fuerza, dado que es la combinación de dos palabras en latín, la raíz “vis” (fuerza) y el participio “latus”, de la palabra “fero” (acarrear, llevar). Esto significa que la palabra violare, violencia, en su origen etimológico tiene el sentido de acarrear fuerza hacia. Es interesante considerar que en la palabra violencia surge la palabra fuerza, la misma que emplea Foucault (1979) para referirse al poder como una fuerza material, una acción que se ejerce para controlar el deseo del otro. Por lo tanto, la violencia presupone el uso de la fuerza, dimensión del poder donde hay alguien que lo posee y lo ejerce, y alguien que está desposeído y lo sufre (Angelino, 2006). Por otro lado, la raíz “vis” forma parte de palabras de significado contrapuesto tales como violación o virtud: violación como forzamiento y negación de la voluntad del otro que es negado como individuo o como persona mediante el uso de la fuerza material y virtud como fuerza de ánimo, fuerza del valor, propio de la fuerza moral.

Desde la perspectiva de la mitología griega, la Violencia era una divinidad alegórica pagana llamada Bia por los griegos. En este punto, Misgalov (1986) expresa que era hija de la ninfa Efigia y del gigante Palas, y junto con sus hermanas la Fuerza (Cratos) y la Victoria (Niké) y Zelos, vivió desde su niñez en el Olimpo, protegida por Zeus. En la Ciudadela de Corinto hubo un templo dedicado a la Violencia y a Némesis, quien más que una divinidad era una fuerza divina, abstracta, que mantenía el orden y el equilibrio entre el poder, la riqueza y la belleza excesivos. A la Violencia se la terminó considerando  como la diosa de la venganza y suele ser graficada como una mujer armada con una coraza que con una maza mata a un niño.

En el marco del “Informe mundial sobre la violencia y la salud. Maltrato y descuido de los menores por los padres u otras personas a cargo”, realizado por la Organización Mundial de la Salud- OMS, Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi, y Lozano (2003), definen la violencia como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. Esta definición comprende tanto la violencia interpersonal como el comportamiento suicida y los conflictos armados, cubriendo también una amplia gama de actos que van más allá del acto físico para incluir por un lado, las amenazas y las intimidaciones, y por otro lado, las numerosísimas consecuencias del comportamiento violento tales como los daños psíquicos, las privaciones y las deficiencias del desarrollo que comprometen el bienestar de los individuos, las familias y las comunidades. Desde esta perspectiva, la violencia es subdividida en tres grandes categorías de acuerdo con el comportamiento del autor del acto violento: por un lado se encuentra la Violencia dirigida contra uno mismo (comportamientos suicidas y autolesiones); por otro, la Violencia interpersonal (dividida en dos subcategorías: a- violencia intrafamiliar o de pareja que incluye el maltrato de los niños, la violencia contra la pareja y el maltrato de los ancianos y b- violencia comunitaria que incluye la violencia juvenil, los actos violentos azarosos, las violaciones y las agresiones sexuales por parte de extraños así como también la violencia que se lleva a cabo en establecimientos como escuelas, lugares de trabajo, prisiones y residencias de ancianos); y por último, la Violencia colectiva (conflictos armados dentro de los estados o entre ellos, genocidio, represión y otras violaciones de los derechos humanos, terrorismo y crimen organizado).

Más allá de esta definición abarcativa realizada por una prestigiosa institución internacional, la violencia ha sido conceptualizada desde diferentes perspectivas teóricas, que a continuación se exponen brevemente.

Desde los conceptos de la psicología conductual, Echeburúa (1989) plantea que la violencia tiene un carácter destructivo sobre las personas y los objetos y supone una profunda disfunción social. El autor reconoce la existencia de predisponentes psicosociales en el desarrollo de las personalidades antisociales en la adultez, que aluden al conjunto de circunstancias que favorecerían la emergencia de conductas violentas. Entre estos predisponentes incluye el abuso infantil, el nivel socioeconómico bajo, la residencia en barrios marginales y en viviendas hacinadas, la falta de escolaridad suficiente, el subempleo, la humillación, el castigo físico sistemático, la ruptura familiar y el aprendizaje social que facilita la adopción temprana de conductas antisociales así como también la búsqueda de reforzamientos alternativos poco convencionales. En la misma línea que Echeburúa, del Corral (1989) afirma que el mejor predictor del delito violento en la vida adulta surge de la interacción entre cierta vulnerabilidad psicológica y una historia de abuso y/o violencia familiar.

Desde una perspectiva social, Franco (1993) explica que la violencia no puede ser considerada como un conjunto de hechos que suceden aisladamente, sino que debe ser comprendida como un proceso. Este proceso se desarrolla a partir de condiciones estructurales del individuo y el contexto en el cual toma lugar, haciendo que en ocasiones seamos víctimas de la violencia o por el contrario, agentes activos, cómplices o tolerantes de la violencia. En esta línea, la modalidad abusiva del ejercicio del poder emerge en sistemas humanos donde existen interacciones abusivas facilitadas por un sistema de creencias y valores que las justifican (Garrido, 2002).

Desde el punto de vista de la psiquiatría, Basile (1999) explica que la violencia ocurre cuando se rompe el balance entre los impulsos y el mecanismo de  control del yo, lo cual significa que si bien una persona puede tener fantasías o pensamientos violentos, a menos que se pierda el control, éstos no se convierten en actos. Esta definición implica que cualquier situación que produzca un incremento de los impulsos agresivos en el contexto de una disminución de control, puede producir actos violentos.

Con respecto a la conceptualización psicodinámica de la violencia, como se expresó anteriormente, la misma será profundizada en el tercer punto. En este apartado, sólo se mencionará una definición de la violencia realizada por Rojas, Kleiman, Lamovski, Levi y Rolfo (1990) quienes la caracterizan como el ejercicio absoluto del poder de uno o más sujetos sobre otro, que queda ubicado en un lugar de desconocimiento, es decir, no reconocido como sujeto de deseo y reducido en su forma extrema a puro objeto. Esta conceptualización alude al uso del poder al igual que la definición planteada desde la OMS e implica considerar, de alguna manera la violencia por su eficacia. Desde este punto de vista, la eficacia de la violencia consiste en anular al otro como sujeto diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la angustia.

2.3 Conceptualización de la Violencia Juvenil

Con respecto a la conceptualización de la violencia juvenil, la misma plantea dificultades en la definición operacional, debido a la variedad de posturas teóricas y de las implicaciones y restricciones que cada una conlleva. En este punto, Kazdin (1993) plantea que al referirse a la violencia juvenil y/o a la conducta antisocial en niños y adolescentes, suelen utilizarse diversas denominaciones, entre las que se encuentran los términos conducta disruptiva, trastorno de la conducta, agresión, comportamiento delictivo y conducta externalizada.

Considerando nuevamente el ““Informe mundial sobre la violencia y la salud. Maltrato y descuido de los menores por los padres u otras personas a cargo”, realizado por la Organización Mundial de la Salud- OMS, Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi y Lozano (2003) definen la violencia juvenil como aquella que afecta a personas de edades comprendidas entre los 10 y los 29 años. Para los autores, la violencia juvenil abarca un abanico de actos agresivos que van desde la intimidación y las peleas hasta formas más graves que incluyen el homicidio. En este informe, destacan que si bien algunos niños presentan problemas de comportamiento en la primera infancia que van derivando hacia formas más graves de agresión al entrar en la adolescencia y suelen persistir en la vida adulta (Huizinga, Loeber y Thornberry, 1995; Nagin y Tremblay, 1999; Stattin y Magnusson, 1989), la mayoría de los jóvenes que se comportan de forma violenta suele hacerlo durante períodos más limitados, en especial en la adolescencia, y tras haber mostrado pocos o ningún signo de problemas de comportamiento durante la infancia (Satcher, 2001).

En la misma línea, Reza, Krug y Mercy (2001) destacan que la violencia juvenil es una de las formas de violencia más visibles en la sociedad. Para los autores, ésto se debe a que en todo el mundo, la comunicación radial, televisiva y/o periodística informan diariamente sobre la violencia juvenil de pandillas en las escuelas y en las calles. Lamentablemente, en casi todos los países, los adolescentes y los adultos jóvenes son tanto las principales víctimas como los principales perpetradores de esa violencia. En este sentido, plantean que los homicidios y las agresiones no mortales que involucran a jóvenes aumentan enormemente la carga mundial de muertes prematuras, lesiones y discapacidad. En concordancia con estas ideas, Dahlberg y Potter (2001) expresan que la adolescencia y los primeros años de la edad adulta constituyen un período en que la violencia, así como otro tipo de comportamientos se expresan con mayor intensidad. LeBlanc y Frechette (1989), por otra parte, destacan que los jóvenes que tienden a delinquir sólo durante la adolescencia en busca de emociones suelen realizar estos actos en compañía de un grupo de amigos.

Los desarrollos realizados por Madaleno (2001) en la línea de la OPS/OMS muestran que la violencia juvenil es motivo de preocupación de la sociedad en general y que, aunque ha sido interpretada o definida desde diversos puntos de vista, el hecho trascendente es que es una violencia que no responde totalmente al encuadre de la violencia que manifiestan los adultos. La autora considera que la violencia juvenil es multicausal y permite reconocer la existencia de distintos factores: estructurales (desigualdad, pobreza, bajo nivel de desarrollo de la sociedad, falta de oportunidades de educación y trabajo); institucionales (carencias familiares, impunidad y desconfianza, mala calidad de educación, instituciones como la policía o la justicia) y directos o facilitadores (disponibilidad de armas, consumo de alcohol y drogas, falta de recreación y de espacios para actividades físicas). Por otra parte, entiende que es necesario incluir la perspectiva de género en este grupo etáreo, debido a que en la perspectiva tradicional, la mujer es en la mayoría de los casos la víctima de la violencia y el varón el victimario, pero en la violencia juvenil se agregan creencias compartidas acerca de que los varones son percibidos como más violentos que las mujeres. Esta percepción se refleja tanto en el estigma social asociado a ser varón como en las expectativas sociales impuestas en los adolescentes varones que incluyen por ejemplo el conformar pandillas juveniles, jugar videojuegos violentos, tener mayor cantidad de peleas violentas como forma de solución de conflictos, etc.

Con respecto a la asociación de la violencia con otras patologías y/o comportamientos, resultan interesantes los desarrollos de Satcher (2001), quien plantea que el problema de la violencia juvenil no puede ser considerado en forma aislada de otros comportamientos problemáticos. En este punto, entiende que los jóvenes violentos presentan además otros problemas asociados tales como el ausentismo escolar, el abandono de los estudios y el abuso de sustancias psicotrópicas, caracterizándose por ser mentirosos compulsivos y conductores imprudentes y estar afectados por tasas altas de enfermedades de transmisión sexual. Sin embargo, destaca que no todos los jóvenes violentos tienen problemas significativos además de su violencia ni todos los jóvenes con problemas son necesariamente violentos; por lo tanto considera fundamental conocer cuándo y en qué condiciones se presenta el comportamiento violento de acuerdo con el desarrollo de la persona para poder ayudar, de esta manera, a planificar intervenciones y políticas de prevención orientadas a los grupos de edad más críticos. En la misma línea, Farrington (2001) y Miczek, DeBold, Haney, Tidey, Vivian y Weerts (1994) destacan que en los jóvenes que presentan comportamientos violentos y delictivos, es frecuente encontrar la presencia de alcohol, drogas o armas, lo cual aumenta las probabilidades de que se produzcan lesiones graves e incluso la muerte, ya sea del atacante o del agredido.

Estas conceptualizaciones de la violencia juvenil se corresponden con lo expresado por Quiroga (1994, 2001), quien sostiene que desde el punto de vista intrapsíquico, se considera que la adolescencia constituye el momento de mayor capacidad vital de un individuo, pero también el de mayor posibilidad de riesgo. Esto se debe a que la inermidad psíquica del adolescente lo pone en una situación de desamparo frente a la realidad que le resulta traumática por carecer de elementos mentales que posibiliten una ligadura representacional adecuada.

 

3. Caracterización Psicodinámica de la Violencia

En este apartado, se expondrá la caracterización psicodinámica de la violencia. En este sentido, la dinámica intrapsíquica de la violencia puede incluirse dentro de las patologías que incluyen comportamientos autodestructivos o destructivos hacia los otros, en los que se jerarquiza el acto por sobre la palabra. A continuación se incluirán las ideas principales de los desarrollos metapsicológicos freudianos acerca de la violencia y los desarrollos postfreudianos acerca de la conceptualización de la misma. Asimismo, dentro de este último punto se expondrán los desarrollos psicoanalíticos más importantes acerca de la relevancia que adquiere la díada vincular primaria en la estructuración del psiquismo y sus consecuencias directas en la aparición de las patologías actuales o de la autodestrucción a partir de las fallas en la constitución de la subjetividad que se presenta en las mismas.

3.1 Desarrollos Metapsicológicos Freudianos acerca de la Violencia

Los desarrollos metapsicológicos freudianos acerca de la violencia remiten a uno de los conceptos fundamentales de la obra de Freud: el concepto de agresión. El mismo ha  sido especificado en diferentes momentos de la obra freudiana a partir de diversas conceptualizaciones. En este sentido, se destacan los aportes de Laplanche y Pontalis (1996), por un lado, y Zadjman (1985), por otro, quienes han diferenciado los distintos períodos en que se localiza el concepto de agresión.

En principio, Laplanche y Pontalis sostienen que la conceptualización de la agresión en la obra freudiana se puede ubicar en tres momentos, específicamente en los textos Tres ensayos para una teoría sexual (1905), Pulsiones y destinos de pulsión (1915c) y Más allá del principio del placer (1920). Estos momentos se delimitan a partir del concepto de pulsión de apoderamiento en el primer texto, del par antitético actividad-pasividad y el sadismo como la humillación y el dominio por la violencia del objeto en el segundo texto, y por último del concepto de pulsión de muerte que pone el acento en la destrucción y ya no en el apoderamiento en el tercer texto. Por otra parte, Zadjman realiza una síntesis del concepto de agresión en la obra freudiana, subdividiendo estos desarrollos en cuatro etapas, ya que agrega un primer período, previo a 1905 a diferencia de Laplanche y Pontalis. En este sentido, el autor sostiene que en la primera etapa (1894-1904), el impulso agresivo es entendido como un componente sádico de la pulsión sexual; en la segunda etapa (1905-1915), el impulso agresivo es entendido como un componente necesario en la dominación del mundo externo: pulsión de dominio; en la tercera etapa (1915-1920) relaciona la agresión con las pulsiones de autoconservación; y por último en la cuarta etapa (1920-1939) al producir la reclasificación de las pulsiones en pulsiones de vida y pulsiones de muerte, la agresión es considerada como la manifestación exterior de la pulsión de muerte.

Asimismo, es interesante considerar los desarrollos acerca de la agresión en las etapas del desarrollo libidinal que ha realizado Valls (1997) al estudiar la terminología freudiana y el significado de cada uno de sus conceptos. En este punto, entiende que en la etapa oral la acción de incorporar devorando es una modalidad del amor compatible con la supresión de la existencia del objeto como algo separado y por lo tanto resulta ambivalente. En la etapa sádico-anal, la diferenciación del objeto se presenta bajo la forma de pulsión de dominio o de apoderamiento, en la cual rige la lógica del daño o la aniquilación del objeto; esta forma de vínculo que se corresponde con la etapa previa del amor es apenas diferenciable del odio para Freud. En la etapa fálica correspondiente al erotismo fálico-uretral se observa con mayor claridad la diferencia entre el amor y el odio, dado que esta fase que se corresponde con la estructuración del Complejo de Edipo en su aspecto positivo y negativo hace que el amor se exprese en el vínculo con el objeto y el odio se exprese en el vínculo con el rival. En este recorrido, se puede observar que en las primeras etapas, el odio se encuentra “mezclado” o formando parte de la pulsión sexual y sólo se separa como un opuesto en la etapa fálica. Asimismo, considerando otra dimensión, la pulsión de agresión se manifiesta unida a la pulsión de autoconservación y toma como parte del cuerpo la musculatura como forma de luchar por la vida, por ejemplo, en el comer y devorar para crecer.

Para comprender el origen psicodinámico de las patologías de la autodestrucción (entre las que se incluye a la violencia juvenil), Quiroga (1994, 2001) retoma la teoría del dualismo pulsional planteada por Freud en 1920, en la cual se le atribuye a Eros, cuyo representante es la libido, la función de ligadura entre representaciones, y a la pulsión de muerte la función de desligar. Afirma que en un comienzo Eros tiene como función neutralizar la pulsión de muerte a través de la ligadura en el interior del organismo para constituir así el masoquismo erógeno primario; si se consiente alguna imprecisión, la pulsión de muerte actuante en el interior del organismo (el sadismo primordial) sería idéntica al masoquismo. En un segundo momento, una parte de la pulsión de muerte se traslada al exterior sobre el objeto y deviene un componente de la libido mientras que en el interior permanece como su residuo el genuino masoquismo erógeno que sigue teniendo como objeto al ser propio. Así, ese masoquismo erógeno sería un testigo y un relicto de aquella fase de formación en que aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y pulsión de muerte. En este punto, la autora relaciona estos conceptos con lo planteado por Green (1986) quien sostiene que no sólo se trata de ligar y desligar, sino de objetalizar (pulsión de vida) y desobjetalizar (pulsión de muerte). La pulsión de vida con su función objetalizante puede hacer advenir al rango de objeto lo que no posee aún las cualidades o atributos del mismo a través de una “investidura significativa”. Este proceso de objetalización se refiere a modos primarios de funcionamiento de actividad psíquica, para que en el límite soma-psique la investidura pulsional misma sea objetalizada. La pulsión de muerte, en cambio ha de cumplir la función desobjetalizante que, por medio de la desligazón, ataca la relación con el objeto. Esta manifestación de la destructividad propia de la pulsión de muerte es la “desinvestidura”, lo cual permite pensar que ciertas manifestaciones destructivas de patologías narcisistas psicóticas y no psicóticas se relacionan con el empobrecimiento del yo que es producto de esta desinvestidura.

Este punto resulta de fundamental importancia para comprender el funcionamiento psíquico de los adolescentes violentos, en los cuales el yo se ve empobrecido debido a esta desinvestidura, producto de la función desobjetalizante, que impide el trabajo de duelo. Como consecuencia, en estos pacientes se observa un tipo de duelo sin cualificación que se podría denominar un “no duelo”, dado que carece de dolor, de subjetividad y de conciencia y que se relaciona con el concepto de Freud (1926) de “darse de baja a sí mismo”, esto es, dejarse morir o morir de muerte propia. Por otra parte, la autora sostiene que en este tipo de duelo se pierde la subjetivación del dolor, lo que podría denominarse un dolor sin sujeto; son estados que aparecen como estados hemorrágicos carentes de representaciones donde se ha perdido el enlace entre el yo y su investidura narcisista. Finalmente, agrega que Green (1990) entiende que este estado constituye lo que él llama “narcisismo negativo”, donde el objetivo es el “vacío” o la ”nada”, un estado de reposo mortífero, como consecuencia de la imposibilidad para elaborar pensamientos, característica esencial de los adolescentes violentos.

Por último, siguiendo los postulados freudianos, Maldavsky (1992) retoma el concepto freudiano de estasis libidinal, el cual consiste en un desvalimiento anímico y motor para procesar la libido, por falta de una adecuada ligadura entre Eros y pulsión de muerte. Cuando la libido no ha establecido aún el elemento afectivo y/o sensorial al cual fijarse como forma de hacer conciente lo inconciente o de hacer conciente una realidad dolorosa, es posible pensar en la existencia de una fijación a un momento lógico elemental, primario, que se corresponde con la libido intrasomática y con el yo real primitivo. Desde esta lógica, se produce una alteración de la autoconservación debido a la permanencia en la fijación de la libido intrasomática. Esta libido improcesable es derivada al soma como en el caso de los psicosomáticos o a la acción como en el caso de los adolescentes violentos que se analiza en este trabajo.

3.2 Desarrollos Post freudianos

3.2.1 Desarrollos Post freudianos acerca de la Violencia

Los desarrollos postfreudianos apuntan a definir a la violencia como producto de un entorno social y de un ambiente familiar poco favorable, en el cual la misma tiende a  perpetuarse transgeneracionalmente. En la línea de la escuela inglesa de psicoanálisis, se destacan los aportes de Winnicott y Bowlby quienes coinciden en considerar los vínculos tempranos como fundamentales en los primeros momentos de la vida. En este punto, Winnicott (1990) realiza desarrollos de gran importancia en la conceptualización de la violencia, a la que define como producto de un contexto desfavorable y de un ambiente familiar poco facilitador. El autor recurre al concepto de deprivación para explicar lo que denomina tendencia antisocial, la cual lleva a cometer actos delictivos en el hogar o en un ámbito más amplio, a través de dos orientaciones. La primera orientación es el robo, en la cual el niño busca algo en alguna parte y, al no encontrarlo, lo busca por otro lado si aún tiene esperanzas de hallarlo. La segunda orientación es la destructividad, en la cual el niño busca el grado de estabilidad ambiental capaz de resistir la tensión provocada por su conducta impulsiva, es decir, que busca un suministro ambiental perdido, una actitud humana en la que el individuo pueda confiar y que, por ende, lo deje en libertad para moverse, actuar y entusiasmarse. Por su parte, Bowlby (1989) postula la existencia de un ciclo intergeneracional de violencia y maltrato que se perpetúa transgeneracionalmente. Este ciclo describe el modo por el cual la violencia paterna engendra violencia en los hijos, en un ciclo espiralado que tiende a perpetuar el patrón de adaptación de una generación a la siguiente. De esta manera, un niño maltratado se convierte en una persona que maltrata y hostiga agresivamente sin motivo evidente, incluso al adulto con el cual comienza a establecer un vínculo de apego.

Desde la escuela francesa de psicoanálisis, se destacan los aportes de Aulagnier y Anzieu acerca de la violencia o agresividad primaria. Por su parte, Aulagnier (1975) encuentra la idea de imposición en su conceptualización de la violencia, ya que designa violencia primaria a la acción mediante la cual se impone a la psiquis de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo de quien lo impone. En este sentido, el discurso de la madre es intrusivo y violento en la medida en que le atribuye significaciones y deseos que están más allá de sus posibilidades de comprensión. Si bien ésta es una forma de violencia inevitable y necesaria para la organización del psiquismo del niño y para su acceso al orden de lo humano, es fundamental que esta primera forma de otorgamiento de significaciones deje lugar a que el niño encuentre y exprese sus propios significados y deseos, ya que si ésto no ocurre, la violencia primaria se convertirá en violencia secundaria. En la misma línea, Anzieu (1983) plantea la necesidad de pertenencia del individuo a un grupo, ante todo familiar y después social, para poder contener la agresividad psíquica primaria (el odio envidioso y destructor), y de esta manera, interiorizar experiencias reguladoras. El autor destaca que si ésto no ha ocurrido, el individuo no puede controlar la tentación de abusar de su fuerza en algún campo donde sea el más fuerte, ni oponer un doble esfuerzo de firmeza y reflexión a las violencias de las que es testigo o víctima. Por lo tanto, entiende que la única manera de obtener un equilibrio psíquico es la referencia a la Ley de un grupo real o simbólico, que permita que la vida cotidiana se inserte en los encuadres grupales o sociales en los cuales la violencia sea depositada.

Uno de los psicoanalistas argentinos que más ha trabajado en la conceptualización de la violencia es Berenstein (2000), quien plantea que la misma se refiere a una cualidad de ciertas acciones y fuertes emociones ligadas a la agresión, en la no tolerancia en el límite ofrecido por otro sujeto, su mente y, en especial, su cuerpo. Propone referirse a la violencia a través de los distintos espacios mentales en los que habita el sujeto: individual, vincular y social (Puget, 1988; Berenstein, 1990). Desde el punto de vista individual (intrasubjetivo), la violencia surge de una acción que irrumpe desde el interior del mundo interno, lo cual incluye lo corporal y lo mental, llevado a cabo por un objeto interno a un Yo del cual no tolera la separatividad y que tiene como base un conjunto de imposiciones en situaciones infantiles de inermidad. Desde el punto de vista vincular (intersubjetivo), la violencia consiste en los actos que se realizan entre un sujeto y otro vinculados, consistentes en el despojo de su carácter de ajenidad y al intento de transformarlo en semejante o idéntico a sí mismo. Este tipo de violencia se asocia al borramiento de la subjetividad del otro e implica hacerlo desaparecer como un Yo distinto. Por último, desde el punto de vista social (transubjetivo), la violencia incluye el arrasamiento del sentimiento de pertenencia de un conjunto de sujetos o parte de la comunidad por parte de otro conjunto o parte de la misma comunidad. La violencia transubjetiva originada en lo sociocultural atraviesa los vínculos interpersonales y al propio Yo con el objetivo de hacerlos dejar de pertenecer, ya sea a través del traslado súbito, la expulsión o la matanza.

En relación con las definiciones planteadas en segundo punto Desarrollos acerca del concepto de violencia, podemos vislumbrar algunas diferencias. En aquel apartado, las ideas centrales acerca de la violencia estaban vinculadas en forma directa con el ejercicio del poder y la fuerza (aún desde la perspectiva psicodinámica), destacándose la eficacia que la violencia ejerce en el otro así como también la imposibilidad de advertir la presencia del ejecutor del daño. En este apartado, se puede observar que el acento de las conceptualizaciones postfreudianas se centra en la consideración de las características intrapsíquicas e intersubjetivas del sujeto. Por lo tanto, estas conceptualizaciones implican considerar no sólo los aspectos descriptivos y los factores de riesgo que participan en la aparición del comportamiento violento sino también el surgimiento del mismo a partir de la estructuración psíquica del infante. En este punto, se entiende que tanto el ambiente familiar, los vínculos tempranos, la función de la violencia primaria y los distintos espacios mentales en los que la misma se impone, se relacionan en forma directa con la transmisión transgeneracional de la violencia.

3.2.2 Díada Vincular Primaria

Dentro de los desarrollos postfreudianos, resulta importante considerar el estudio de la díada vincular primaria que permite rastrear la constitución de las representaciones o sus fallas así como también los primeros momentos en el pasaje de la cantidad a la cualidad. En este apartado se presentan los desarrollos de la escuela inglesa y americana que se realizaron a partir de la teoría kleiniana de las relaciones objetales. Asimismo, se incluyen los aportes de diferentes autores en la comprensión de esta temática, incluyendo una breve referencia a la Teoría del Apego y al concepto de Función Reflexiva.

En principio, en esta línea de desarrollo, es fundamental considerar la teoría de las relaciones objetales desarrollada por Klein (1932,1952), en la cual se enfatiza la determinación pulsional de la experiencia de la relación con el objeto, concentrándose la atención en el objeto interno y su efecto determinante sobre la vida posterior del sujeto. A partir de esta teoría que incluye la presencia de un otro desde el inicio de la vida, surgieron nuevas conceptualizaciones que apuntaron a comprender la constitución de la subjetividad.

En primer lugar, desde la escuela inglesa, se destacan las conceptualizaciones teóricas de Bion y Winnicott acerca de la importancia de la presencia temprana de la madre. En este sentido, Bion (1962) propone que la capacidad de reverie es entendida como la capacidad de la madre para contener los estados afectivos intolerables para el niño y de responder de una manera tal que sirva para modular los sentimientos inmanejables. Por su parte, Winnicott (1990) afirma que la falta de integración familiar interfiere en el desarrollo emocional, en tanto que la relación madre-hijo constituye el contexto donde se desarrolla la personalidad del niño. Para este autor, cuando no se cuenta con una madre empática, se establecen vínculos adhesivos como manera de enfrentar el vacío y  aparece como consecuencia el miedo al derrumbe (Winnicott, 1963). El miedo al derrumbe es entendido como una falla en la organización de las defensas que sostienen el self; el yo organiza defensas para evitar el derrumbe de su organización psíquica cuando ésta es amenazada pero nada puede hacer contra la falla ambiental, en tanto la dependencia es un hecho inevitable. Cuando el miedo al derrumbe se transfiere al miedo a la muerte, el paciente busca compulsivamente la muerte que ya ocurrió pero que no fue experimentada.

Por otra parte, desde la escuela americana, Kernberg (1987, 1994) retoma las ideas kleinianas acerca de las relaciones objetales intrapsíquicas y realiza aportes significativos en el campo del narcisismo y los trastornos de la personalidad. En este punto, el autor advierte  la predominancia de defensas particulares como la escisión y el acting-out, siendo la agresión individual el fundamento de la violencia. Esta agresión se expresa en la activación de afectos agresivos bajo situaciones de frustración, de trauma y de dolor, independientemente de los afectos positivos y amorosos. Por lo tanto, para el autor, lo importante es que la activación de los afectos positivos y negativos lleva a una organización escindida de la experiencia emocional primitiva, dividiendo la experiencia interna en un segmento idealizado y otro segmento agresivo, peligroso y persecutorio que es proyectado en los objetos externos. Asimismo, es interesante considerar lo que plantea Kernberg (2003) desde la experiencia clínica, acerca de la naturaleza de las transferencias más regresivas de pacientes cuya vida mental está dominada por el odio, es decir, por relaciones objetales agresivamente determinadas, típicas del síndrome del narcisismo maligno. En este tipo de relaciones objetales, sólo la destructividad mutua parece dotar de significado y de proximidad, quedando rastros muy reducidos del investimento libidinal.

Entre los autores que se destacan en este campo se encuentran Kohut y Mahler. Por un lado, Kohut (1971) plantea que ante la falla reiterada de empatía, es decir, ante el fracaso por parte de los padres de cumplir la función de objeto-self, la búsqueda original de respuestas empáticas por parte del niño se dirige a través de canales disfuncionales tales como la agresión, los síntomas neuróticos, la desviación sexual, la grandiosidad, etc.  Por su parte, Mahler, Pine y Bergman (1975) enfatizan la importancia de la conducta parental en el desarrollo temprano y sostienen que el camino que un niño siga será el resultado de la interacción entre sus propias necesidades y la personalidad de sus padres: si las funciones de regulación no resultan exitosas, es imposible una separación progresiva de la madre y por lo tanto aparecen sensaciones de indignidad, vacío e impotencia.

En los últimos tiempos, diferentes autores han realizado valiosos aportes acerca de la importancia de la díada vincular primaria. En este punto, dio Bleichmar (2000) plantea que la intersubjetividad se ha estabilizado actualmente como paradigma del origen y la estructuración del psiquismo a partir de los hallazgos de investigaciones sobre la relación temprana entre la figura parental y el niño (Stern, 1985; 1991; Beebe, Lachman y Jaffe, 1997; Fonagy y Target, 1998). En este sentido y en relación con las patologías de la autodestrucción, Quiroga (1994, 2001), señala que autores como Spitz, Bowlby, Klein, Winnicott, Meltzer y Tustin coinciden en afirmar que una deficiencia en la relación materna es el origen del trastocamiento de la autoconservación, lo cual compromete seriamente la vida del bebé, ya que la falta de un objeto al cual investir convierte la investidura paranoide de la identificación proyectiva en desinvestidura de objeto y de las funciones del yo, con su consecuente empobrecimiento y peligro de muerte física y psíquica. La autora establece una correlación entre las ideas propuestas por Winnicott acerca del miedo al derrumbe, y lo enunciado por Marty como depresión esencial, Kreisler como depresión fría y Green como Complejo de la madre muerta, en donde la madre se declara ausente para el bebé y no puede ofrecerse como objeto de satisfacción de las necesidades. De esta manera, describe que la depresión esencial planteada por Marty (1968) se presenta con una disminución de la investidura libidinal tanto narcisista como objetal, ya que es una manifestación de la pulsión de muerte. Este tipo de depresión es menos espectacular que la depresión melancólica en la cual hay una variada tonalidad afectiva como dolor, tristeza, abatimiento y culpabilidad, pero sin embargo, tiene más probabilidades de llevar al sujeto a la muerte. Por otro lado, la depresión fría planteada por Kreisler (1976) se inscribe en la patología de la ausencia y es producida por insuficiencia relacional cuantitativa materna. Esta depresión se  despliega en el contexto de una madre con una descompensación depresiva mentalizada clásica, causada por una situación traumática que afecta la organización de las funciones de crecimiento físico y psíquico del niño y el adolescente. Esta situación reviste gravedad dado que dichas funciones quedan desinvestidas en este período que es el de mayor vulnerabilidad psíquica debido a que se está constituyendo el narcisismo primario, que es el fundamento del sentimiento de sí. Por último, el Complejo de la madre muerta planteado por Green (1972) no remite a la pérdida real de la madre, sino a un período precoz de la vida en que la madre viva había dejado de serlo para el niño. El estado depresivo de la madre produce la desinvestidura del hijo, quien tras luchar con la angustia catastrófica (pánico) por medios activos como el insomnio o la agitación motriz recurre al más devastador de los afectos que es la desinvestidura de la madre, es decir, el asesinato psíquico del objeto que es llevado a cabo sin odio. El resultado de esta desinvestidura es la constitución de un agujero en la trama de las relaciones con la madre, produciéndose una identificación negativa con el agujero de la ausencia y no con el objeto.

Una línea de desarrollo que ha cobrado fundamental importancia en la actualidad es la iniciada por Bowlby (1973, 1989) a través de la Teoría del Apego. Esta teoría apunta a considerar que cada individuo construye en su interior modelos operativos del mundo y de sí mismo, que le permiten percibir los acontecimientos, pronosticar el futuro y construir planes. En la construcción de este modelo operativo, una característica clave es su idea de quiénes son sus figuras de apego, dónde puede encontrarlas y cómo puede esperar que respondan. En el desarrollo de la Teoría del Apego, el autor ha considerado los trabajos iniciados por Ainsworth, et.al. (1978, 1985) y ampliados notablemente por Main y sus colaboradores (1985), Sroufe (1983, 1985) y Grossmann, et.al. (1986) así como las tres pautas principales de apego, descriptas en primer lugar por Ainsworth y sus colegas en 1971 y que son presentadas a continuación. La Pauta de apego seguro alude a que el individuo confía en que sus padres (o figuras parentales) serán accesibles, sensibles y colaboradores si él se encuentra en una situación adversa o atemorizante. La Pauta de apego ansioso resistente indica que el individuo está inseguro de si su progenitor será accesible o sensible o si lo ayudará cuando lo necesite. A causa de esta incertidumbre, siempre tiene tendencia a la separación ansiosa, es propenso al aferramiento y se muestra ansioso ante la exploración del mundo. La Pauta de apego ansioso elusivo señala que el individuo no confía en que cuando busque cuidados recibirá una respuesta servicial sino que, por el contrario, espera ser desairado. Esta pauta es el resultado del constante rechazo de la madre cuando el individuo se acerca a ella en busca de consuelo y protección.

Uno de los autores contemporáneos más importantes en esta área es Fonagy (1997), quien a partir de la Teoría del Apego desarrolló el concepto de Función Reflexiva, sobre la base de la Entrevista de Apego en el Adulto- AAI, elaborada por Main. Para el autor, la adquisición de la Función Reflexiva tiene lugar en el proceso del desarrollo temprano. En este punto, sostiene que lo más importante para el desarrollo de una organización cohesiva del self es el estado mental del cuidador que capacite al niño para encontrar en su mente una imagen de si mismo motivada por creencias, sentimientos e intenciones. De esta manera, la psicopatología en el adulto se relaciona con una baja capacidad de reflexión, y ésta se hace aún más marcada en cuadros graves como individuos con antecedentes penales o con un diagnóstico de personalidad borderline. En este sentido, Fonagy (2000) considera que la Función Reflexiva y su contexto de apego son la base de la organización del self y por ello, entiende que los sujetos con Trastornos de la Personalidad, siendo infantes tuvieron a menudo cuidadores que estaban dentro del llamado “espectro borderline” de los trastornos de personalidad severos (Barach, 1991; Benjamín y Benjamín, 1994; Shachnow, et.al., 1997) y lo afrontaron rechazando captar los pensamientos de sus figuras de apego, evitando así tener que pensar sobre los deseos de sus cuidadores de hacerles daño.

Considerando los diferentes desarrollos acerca de la díada vincular primaria, se puede pensar en la posibilidad de una ausencia parental real en los adolescentes violentos. En este sentido, el predominio de la acción por sobre la palabra y la búsqueda de la muerte física exponiéndose en forma permanente a situaciones de riesgo, darían cuenta de la presencia de una ausencia marcada en la mente de los  padres de sus hijos adolescentes.

A continuación se presentará un caso clínico de un adolescente que fue atendido en el Programa de Psicología Clínica para Adolescentes de la Universidad de Buenos Aires que permite observar estas consideraciones.

 

4. Caso clínico

Federico es un adolescente de 13 años que al momento de la consulta se encontraba cursando 8º año de la Educación General Básica (EGB). Solicita asistencia psicológica por pedido de la escuela a raíz de los reiterados “problemas de conducta” que presenta tanto con profesores como con compañeros de su curso. A la primera entrevista de admisión al Programa lo acompaña su madre, quien manifiesta que “lo mandaron de la escuela … yo ya no sé qué hacer con él”.

El Motivo de Consulta por el que es derivado al Programa por la escuela incluye el cambio de carácter, la presencia frecuente de malhumor, las peleas constantes con los compañeros de su curso y de otros cursos y el desafío a la autoridad. Su madre manifiesta que en el último tiempo comenzó a tajearse con un “cutter” y manifestó deseos de matarse. Al ser entrevistado, Federico explica que no se puede quedar sentado ni callado y que cuando lo hacen enojar revolea sillas o se “agarra a piñas”.

La familia está compuesta por su padre (empleado), su madre (docente) y cinco hermanos, una de las cuales es su melliza. Conviven en una vivienda que  posee tres habitaciones: un comedor, el dormitorio de los padres y un dormitorio en el que duermen los seis hermanos (las dos hermanas más pequeñas de 5 años comparten la misma cama).

Una vez realizado el proceso de admisión, es incluido en un Grupo de Terapia Focalizada- GTF, dispositivo específico desarrollado en el Programa para el abordaje terapéutico de los adolescentes violentos (Quiroga  y Cryan, 2004, 2008 c, Quiroga, Paradiso, Cryan, et.al., 2003, 2004, 2006).

Al iniciar el tratamiento, Federico muestra una actitud desafiante hacia la terapeuta intentando hacer alianza con los otros miembros del grupo y buscando ubicarse en una posición de líder. Si bien participa activamente intentando llamar la atención, son frecuentes las interrupciones y las descalificaciones hacia las intervenciones de la terapeuta o de sus compañeros de grupo, por ejemplo, suele fijar la mirada en el piso o conversar acerca de futbol o de música cuando le están hablando, canta canciones en voz alta que no permite escuchar a los demás integrantes, se mueve permanentemente, hace ruido golpeando la silla o la mesa, se para y se vuelve a sentar continuamente.

En la cuarta sesión manifiesta que venir al grupo “es una mierda, todo ésto es una mierda, esta cagada, venir acá a la psicóloga, para qué venir …ahora estaría ahí en mi casa mirando la televisión, en mi casa no hay nadie ahora,  tengo que venir a esta mierda!”. La misma expresión la utiliza en esa sesión para referirse a su vida: “es una mierda esta vida… ojalá me encuentre una bala perdida”. En sus palabras se puede observar la actitud de desesperanza con respecto a su vida presente y al futuro, lo cual es coincidente con la derivación escolar en la cual se hacía referencia a sus ideaciones suicidas.

En la sesión siguiente ocurre un hecho particular que marca un cambio de actitud en el paciente que finalmente le permite comenzar a verbalizar sus problemáticas familiares. En forma inesperada, Federico se levanta de su silla y sale corriendo del grupo intempestuosamente. La terapeuta, temiendo por su vida y por lo que pudiera ocurrirle si abandonaba la institución, decide salir a buscarlo dejando a la observadora a cargo del grupo terapéutico y lo convence de regresar al mismo. Al reintegrarse al grupo verbaliza: “volví para quedarme ….empecemos de vuelta”. Empezar de vuelta significó que pudiera comenzar a hablar y a relatar situaciones traumáticas y de violencia que acontecían en su familia. Con respecto a su madre, Federico expresa que “nada…, con mi mamá nada porque me rompe los huevos todo el tiempo”. Con respecto a su padre expresa que “a mi papá no lo aguanto más porque es alcohólico él  … una vez le pegó a mi hermanita que tenía dos años porque le tiró un vaso de vino … a mis hermanos y a mí también nos pega … a mí mamá no le pega porque yo lo mato … Una vez me había echado a mí y a mi hermano … me tiró toda la ropa y me dijo que me vaya .. yo estaba caminando por ahí y me había puesto a llorar y veo que de repente me hacen así de atrás (hace un gesto como que le tocan un hombro) y era mi mamá que estaba llorando … sí, porque mi hermanita se puso a llorar y entonces por eso volví y no me fuí de mi casa”.

En primer lugar podemos observar que en Federico se presentan dos de las categorías de violencia de acuerdo con el comportamiento del autor del acto violento que propone la OMS. Por un lado, Violencia dirigida contra uno mismo, ya que manifiesta ideaciones suicidas y se provoca autolesiones a través de los cortes con un “cutter”. Por otro lado, Violencia interpersonal en sus dos subcategorías: la violencia intrafamiliar que relata en su discurso en relación con el padre y la violencia comunitaria puesta de manifiesto en conductas violentas tanto con los profesores como con los compañeros de su curso en la escuela, institución que realiza la derivación a tratamiento psicológico.

Considerando la multicausalidad de la violencia juvenil, podemos observar la presencia de distintos factores: estructurales (pertenece a una familia de clase baja que vive en condiciones de hacinamiento), institucionales (debido a las carencias familiares que no puede ni registrar ni contener la violencia que presenta) y directos o facilitadores (por la disponibilidad de alcohol para el consumo en su casa y por la falta de un espacio propio en su hogar).

Desde el punto de vista psicodinámico, se presentan varios de los desarrollos expresados en este trabajo. En principio, se puede observar la presencia de comportamientos autodestructivos y destructivos hacia los otros, en los que se jerarquiza el acto por sobre la palabra. Es posible pensar en una deficiencia en la relación materna como el origen del trastocamiento de la autoconservación, lo cual compromete seriamente la vida debido a la falta de un objeto al cual investir, lo cual convierte la investidura paranoide de la identificación proyectiva en desinvestidura de objeto y de las funciones del yo, con su consecuente empobrecimiento y peligro de muerte física y psíquica. En este punto, es importante señalar que en una entrevista, su madre manifestó que no había querido tener a ninguno de los hijos: “conmigo los métodos anticonceptivos no funcionan”, mostrando de esta manera la disociación psíquica que presenta su narrativa donde por un lado, no quiere tener hijos pero por otro lado no pudo arbitrar los medios necesarios para evitarlo. Podríamos pensar varias causas como hipótesis: un sometimiento de género, la violencia familiar ligada a su vida sexual, la imposibilidad de pensar y planificar la descendencia, entre otras. Esta contradicción cognitiva en cuanto a las consecuencias de su vida sexual se manifiesta en el poco compromiso que manifiesta frente a su hijo del cual expresa como dijimos anteriormente: “ya no sé qué hacer con él”. Si bien destacamos la  asunción de impotencia frente al ejercicio de su función parental, rescatamos como saludable la búsqueda de ayuda en un profesional responsable y el compromiso con el tratamiento a partir de la derivación escolar.

Considerando esta carencia materna, podemos pensar que la misma conlleva a que en el paciente se presente un tipo de duelo sin cualificación que se podría denominar un “no duelo”, dado que carece de dolor, de subjetividad y de conciencia vinculado al concepto freudiano de “darse de baja a sí mismo” que como decíamos anteriormente implica dejarse morir o morir de muerte propia. Las manifestaciones de esta situación se ven reflejadas en los cortes que se genera a sí mismo en la piel, en las situaciones de violencia y riesgo a las que se expone y en el deseo manifiesto de que lo encuentre “una bala perdida”. A partir de estas manifestaciones destructivas y autodestructivas, se puede pensar en un estado de estasis libidinal, en el cual la libido improcesable es derivada al soma (cortes con “cutter”) y a la acción (peleas violentas con sus compañeros).

En relación con el entorno familiar, en su discurso se pudo constatar la ausencia parental real: un padre alcohólico y una madre deprimida que no pueden conectarse en forma empática con su hijo. Probablemente esta desconexión afectiva y cognitiva es lo que lleva al adolescente a buscar a través de actos que molestan a otros la expulsión de los contextos de pertenencia (hogar, escuela, tratamiento terapéutico) así como también a la búsqueda compulsiva de la muerte que ya ocurrió pero que no fue experimentada (de acuerdo con los desarrollos de Winnicott que presentamos anteriormente).

En este contexto, el hecho de que la terapeuta salga a buscarlo adquiere fundamental importancia para que comience a verbalizar las situaciones traumáticas que ha vivenciado, dado que en su familia ha sido expulsado de su casa por su propio padre. El expulsarse del paciente de manera violenta de la sesión podría equipararse a su vocabulario sádico-anal con el cual calificaba la terapia, la terapeuta y al grupo. En realidad, podemos pensar que el paciente se está expulsando a sí mismo del consultorio como un deshecho anal, como expresión de su propia descalificación. La terapeuta rescatándolo de la expulsión  transforma simbólicamente ese residuo anal en un parto, acogiéndolo así a sus brazos y volviéndolo al consultorio como el espacio protector tal como sería cuidado en la calidez de una sala de partos.

Por último, considerando los desarrollos postfreudianos, en el caso de Federico se pudo comprobar la presencia de un entorno social y un ambiente familiar altamente desfavorable, en el cual la violencia tiende a  perpetuarse transgeneracionalmente.

 

5. Discusión

En este trabajo se han expuesto diversas líneas de conceptualización teórica acerca de la violencia en general y de la violencia juvenil en particular. En este sentido, resulta interesante considerar estas apreciaciones dado que las mismas  permiten analizar una de las problemáticas más frecuentes en la sociedad actual y que repercute en forma directa a nivel individual, familiar, escolar y urbano.

A partir de este marco teórico, podremos avanzar desde nuestra disciplina en dos áreas fundamentales que hacen al quehacer profesional: el diagnóstico y el abordaje terapéutico de este tipo de pacientes.

Con respecto al diagnóstico, se detecta una proliferación de términos que aluden a la violencia juvenil (problemas de conducta, trastornos de la conducta, conductas perturbadoras, conductas disruptivas, conductas externalizadas, agresión, delincuencia, comportamiento delictivo, etc.) en los cuales muchas veces se dificulta la posibilidad de discriminar las diversas manifestaciones que incluye la misma. Esto hace que en muchos casos, la violencia juvenil sea considerada como una entidad en sí misma, desconociendo que detrás de la misma se encuentra un adolescente que presenta un trastorno psicopatológico y que requiere de un diagnóstico específico de orientación psicodinámico para que pueda ser abordado terapéuticamente.

Con respecto al abordaje terapéutico, se observa que ante las dificultades tanto técnicas como metodológicas que presenta el tratamiento de este tipo de pacientes no se han desarrollado abordajes específicos que hayan demostrado ser eficaces. Esto remite a la carencia existente de estudios de investigación empírica que analicen los resultados y el proceso en psicoterapia para la violencia juvenil.

En el caso clínico que se presentó se pudo observar la importancia que adquiere la actitud de la terapeuta cuando el paciente decide irse del grupo. Considerando los desarrollos acerca de la díada vincular primaria, es posible apreciar los efectos de la ausencia materna en la constitución de la subjetividad y en la búsqueda compulsiva de la muerte física por este paciente, que permanentemente es expulsado de sus ámbitos de pertenencia. La presencia de alcohol en el padre y de depresión en la madre se vislumbra en una desconexión afectiva y cognitiva del paciente que lleva a la desmantelación de la subjetividad.

Es por ello que resulta importante destacar que esta línea de investigación merece un desarrollo más profundo que permita comprender la estructuración del psiquismo en este tipo de pacientes. El conocimiento de esta estructuración del psiquismo permitiría por un lado, continuar la realización de acciones tendientes al tratamiento de la violencia en la adolescencia y por otro, la realización de acciones tendientes a la prevención de la aparición de estos comportamientos a partir del trabajo con los adultos responsables de la crianza.

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