Yolanda Carballeira Rifón
Psiquiatra psicoterapeuta. Unidad de Agudos del Hospital de Calde (Lugo).

Comunicación libre presentada en el XXII Congreso Nacional de SEPYPNA que bajo el título “Nuevas formas de crianza: Su influencia en la psicopatología y la psicoterapia de niños y adolescentes” tuvo lugar en Bilbao del 22 al 24 de octubre de 2009. Reconocido como actividad de interés científico-sanitario por la Consejería de Sanidad y Consumo del Gobierno Vasco.

RESUMEN

Este artículo trata de cómo ha ido evolucionando el concepto de padre a través de la historia, en el psicoanálisis y en la consulta terapéutica.

Abordo las diferencias entre el padre y la madre en las interacciones con el bebé, y propongo una visión del padre como proceso, un elemento de una dinámica psíquica a lo largo de diferentes etapas del desarrollo.

Por último, abordo el concepto de coparentalidad y los cambios en la estructuración psíquica del niño actual.
Palabras clave: espacio paternal, paternidad, representaciones culturales de la paternidad y de la infancia, coparentalidad, estructuración psíquica del niño.

ABSTRACT

This article deals with the idea of how the concept of father has been developed in the history, in both the psychoanalysis and the therapeutic consult.

I will study the differences between the father and the mother in the interactions with the baby, and I propose a vision of the father as a process, an element of a psychic dynamic on the different steps of the development. To end up, using the concept of coparentality and the changer in the psychic structure of the actual child.

Keywords: parental space, paternity, cultural representations of the paternity and of the childhood, coparentality, psychic structuring of the child.

EL PADRE A TRAVÉS DE LA HISTORIA

El concepto de padre a través de la historia ha ido evolucionando paralelamente al de familia.
Antes del padre existía el cabeza o jefe, fundador de una tribu o un clan. Después vendrá el hombre que pueda tener hijos con una mujer. Nace el concepto de padre y de aquí el de familia.

En Grecia y en Roma no era suficiente la paternidad biológica, el padre debía reconocer al hijo o hija y podía hacerlo con uno que no fuera biológico. El padre era un rey, un emperador, tenía un poder ilimitado, teniendo derecho de vida y muerte sobre su familia.

Durante el cristianismo, el lugar del padre continuo siendo hegemónico. Desde los orígenes del cristianismo, la familia fue considerada como una monarquía por derecho divino. El padre, el marido, es un amo que tiene como función explicar y hacer aceptar la obediencia absoluta al Padre universal.

Durante el primer milenio después de Cristo, la mujer representa las tentaciones de la carne y está considerada como un ser inferior, negándosele el derecho a pertenecer al grupo de los que piensan.

Hay que esperar hasta el siglo XI para que se condene el repudio y el concubinato y para que la mujer pueda acceder a tener un lugar en la familia.

En la Edad Media, la familia se diferencia según el nivel económico y social:

La familia urbana constituye un modelo de familia occidental, el hijo mayor hereda los bienes, otro hijo será sacerdote y a las hijas se les organiza el matrimonio.

En la familia aristocrática, el padre no se ocupa de los hijos, los confía a maestros, y sólo los conoce cuando los chicos han cumplido 15-16 años.

En la familia rural, la descendencia es abundante, el niño es un bien precioso que hay que proteger, pero cuando la descendencia es muy numerosa el infanticidio es frecuente, y la violencia paterna forma parte de la vida cotidiana (cf. la historia de “Garbancito”).

En el discurso humanista la educación y la relación afectivas irán muy ligadas.

Rousseau introduce la idea de que el niño necesita su medio natural para desarrollarse. A través de la unión estrecha con la madre, el niño entrará en contacto con el padre.

Desde el Renacimiento a la edad moderna, el padre siguió teniendo autoridad total sobre la mujer y los hijos, y es a partir del siglo XIX que empieza a tener ciertas limitaciones.

Por un lado, se encuentra bajo presión de las reivindicaciones de las mujeres y los hijos y por otro, el Estado va a ejercer una mayor tutela, sobre todo en las familias más carenciadas, como forma de proteger a los hijos de la negligencia paterna. El hijo empieza a tener derecho y el padre, obligaciones hacia él.

Esto supone un debilitamiento del status de padre, pero es de destacar, que aunque el Estado empiece a limitar los poderes del padre, su figura en el imaginario social seguía permaneciendo como el “padre terrible”, el padre burgués.

Un ejemplo paradigmático de esta situación es “Carta al padre” (Kafka, Franz, 1919), carta que nunca llegó a manos de su padre, donde se percibe la sumisión a la autoridad despótica de un padre arbitrario, sádico y la culpa y el odio que Kafka experimentó hacia él.

Sería el padre que en vez de representar la ley, según Lacan, es ley absoluta, lo cual impide la castración simbólica.

El discurso naciente del psicoanálisis corta con la representación médica del niño, de la madre y de la sexualidad. La influencia de Freud sobre las concepciones de la infancia, permanece marginal. Para Freud, el concepto de paternidad está directamente vinculado al complejo de Edipo, donde encontramos en su obra, dos elaboraciones sucesivas, la primera, en las cartas de Fliess(1897) y en “La interpretación de los sueños” y la segunda en “Psicología de las masas y análisis del yo”, cap. VII “La identificación”, 1921; la cual reviste mayor interés puesto que manifiesta que durante el periodo preedípico, el niño se interesa especialmente en su padre, quiere parecerse a él; sería la identidad de género que está adquiriendo el niño varón.

Con lo cual, para Freud es importante la figura del padre como modelo a imitar por parte del niño, además de cumplir con el rol de “castrador”, figura de interdicción respecto a los deseos incestuosos respecto a la madre.
“Tótem y tabú” (1913) es otra de las obras de Freud donde menciona al padre de la horda primitiva y el banquete totémico sería una forma de asumir la identificación con el mismo por parte de los hijos.

En “El yo y el ello” (1923), el sujeto se constituye como tal, a través de las identificaciones parentales, y el superyó es el heredero del Edipo, es la internalización de esas figuras edípicas, sobre todo en relación con el progenitor del mismo sexo.

En “El caso de Leonardo de Vinci” (Freud, 1910) considera que la presencia del padre asegura una adecuada identificación sexual.

En “El análisis de una fobia de un niño de 5 años, el pequeño Hans” (Freud,1909), no se basaba sobre el niño en sí, sino que fue realizado a través de la colaboración con el padre del niño.

Son los sucesores de Freud, su hija Anna, Melanie Klein, Françoise Dolto, Jenny Aubry… quienes desarrollen la orientación psicoanalítica de la infancia.

Anna Freud seguía una técnica centrada sobre la pedagogía del yo, postulaba que el psiquismo infantil era demasiado frágil para analizarlo. Minimizaba la relación arcaica con la madre, y dando más importancia a la relación con el padre.

Es Melanie Klein quien inventa, en los años 20, una técnica específica de tratamiento psicoanalítico de niños, sin interesarse en ninguna perspectiva pedagógica parental. Una de las dimensiones fundamentales de su orientación es la importancia que le da a la relación arcaica con la madre, minimizando el papel del padre, al que Freud concede más importancia. Utiliza como método el psicoanálisis del niño con una técnica inédita, el juego. De este modo, reconstruye el pasado del niño. Parte de la teoría freudiana de las pulsiones, que va a reelaborar completamente. Distingue una posición esquizoparanoide y una posición depresiva durante el primer año de vida del bebé, y que reaparecen todo a lo largo de la vida. Crea la noción de superyó precoz, resultado del clivaje entre el bueno y malo objeto, es un perseguidor externo responsable de todo lo que el niño vive de desagradable.

Para M. Klein existe un Edipo precoz, al final del primer año de vida, como consecuencia del deseo de incorporación del objeto libidinal y prohibición, en forma de angustia de devoración, que puede suponer un castigo.
En una ocasión, durante una reunión científica, le dirá su hija Melitta: “¿Dónde está el padre en tu obra?”, el sentido de este reproche se puede entender en todas sus dimensiones (biográfica, transferencial, teórica).
Es verdad que en los textos de M. Klein el padre está ausente, sólo presente a través de su penis, devorado y atacado. En general, es lo masculino que parece ausente.

Pero es importante recordar que el complejo de Klein es esencialmente preedípico y que padre toma su lugar y su importancia en fases edípicas y postedípicas, como Freud lo describió muy bien. Por esta razón, creo que las proposiciones Kleinianas deben ser integradas en una teoría más vasta, como segmento de una teoría y no como una teoría completa.

Winnicott será alumno de M. Klein. Su método es el psicoanálisis remodelado a través de la comunicación directa a través del juego, el dibujo (“squiggle”) o el lenguaje, o la comunicación indirecta hablando con la madre en presencia del niño. Crea conceptos como “preocupación maternal primaria”, el “holding”, el “espacio intermediario”, también la noción de “self”. En Winnicott no se distingue bien la figura del padre, la madre forma un “todo”, y sus conceptos se refieren exclusivamente a la madre y al niño. Sostenía: “No se puede afirmar que sea bueno que el padre aparezca pronto en escena… Las madres pueden hacer entrar a su marido en escena, si lo desean… No es el papel de un hombre ocuparse de un bebé, los que se ocupan de bebés no son viriles, y están celosos de las madres…”.

Para Lacan, al igual que Serge Leclaire, Philippe Julien y Françoise Dolto, entre otros, la paternidad es considerada como función simbólica, minimizando, por lo tanto, la presencia real del padre. Su concepción está centrada en la función paterna en su carácter fundamentalmente simbólico, en el sentido de que es a través de ella que se accede a la ley de la cultura, que es la prohibición del incesto. Por lo cual no tiene importancia la figura que la encarne, e incluso puede ser ejercida por una institución, en relación a lo cual la madre queda ubicada como no siendo la ley, en el sentido de que hay algo que desea más allá del niño. O sea, que la función paterna tiene como cometido básico separar al niño de su madre, realizar la castración simbólica.

Cuando Lacan habla de padre y madre, se refiere a determinadas posiciones que puede ocupar un personaje, o mejor aún, las funciones que realiza.

Para los pediatras de la época, el bebé es un ser que tiene esencialmente necesidades fisiológicas. La irrupción de los problemas sociales desencadenados por la guerra y la masividad de patologías presentadas por bebés privados de los cuidados de los padres, hacen que se (re)descubra el mundo afectivo del niño.

Hay que destacar los trabajos del psicoanalista R. Spitz (1945) sobre el hospitalismo y de J. Bowlby, psiquiatra y psicoanalista interesado en la etología. Las carencias en el desarrollo del niño fueron primero identificadas como maternas. La carencia de cuidados paternos no se cuestionaba tanto, pues el modelo de familia occidental entonces operante era el de la “madre única”, y las observaciones estaban regidas por esta focalización (Le Camus, 1995).

Hospitalismo es un término creado por R. Spitz en 1945 para designar “un estado de alteración profunda, física y psíquica, que se instala progresivamente en los bebés durante los 18 primeros meses de vida cuando hay una situación de abandono parental o una permanencia larga en un hospital”.

En 1958 distingue el término de “depresión anaclítica”, consecutiva a una privación afectiva parcial de un bebé que había tenido una relación normal con su madre, y sería una depresión reversible (Laplanche, Pontalis, 1967), al contrario del “síndrome de hospitalismo”, que sería una carencia afectiva total (retraso del desarrollo corporal, mutismo que puede ir hasta el autismo y la psicosis). Ya en 1946, R. Spitz afirmaba que había una edad particularmente importante entre el 8.o y el 18.o mes de vida, en la que la relación de objeto con la madre le es indispensable, y la pérdida sería funesta.

Bowlby (1969), a través de la observación comparada de especies animales, llega a la siguiente conclusión: “La teoría de Spitz ha tenido ciertas consecuencias nefastas. Entre otras, considerar que la angustia del 8.o mes es el primer indicador de una relación objetal auténtica. Las observaciones confirman que los comportamientos de vínculo, y la discriminación de figuras familiares se producen en los bebés mucho antes de que lleguen al 8.o mes”. Además, para Bowlby la madre no es la única a ser considerada como objeto principal del vínculo con el bebé, “incluso si el comportamiento de vínculo está primero dirigido a la madre, en algunas especies puede estar dirigido hacia el padre también. En los humanos, puede estar dirigido hacia un pequeño número de personas”. Afirma que, a los 18 meses, el niño está vinculado al menos a otra figura que la madre, y la del padre sería la primera a tener en cuenta.

Jenny Aubry (1903-1978), psicoanalista, a la vez en la línea de Ana Freud y amiga e inspiradora de Françoise Dolto, realiza en los años 50, en un centro infantil de ayuda social, con niños entre 13 años, un tratamiento psicológico apropiado que tendrá resultados espectaculares. Ella y su equipo hacen tentativas de humanizar los cuidados, además de organizar una guardería terapeútica y una psicoterapia individual para niños tan gravemente afectados por el hospitalismo, que no podían ser dirigidos hacia una familia de acogida.

Un efecto ambiguo en los trabajos sobre las carencias maternales es la marginalización del lugar del padre. Y es esta marginalización teórica (que refleja una situación social) la que constituye uno de los elementos centrales de las resistencias actuales a una teorización de la igualdad parental en la educación de los niños.

R. G. Andry señala en 1960 la marginalización del lugar del padre en la educación del niño, realizando varios trabajos sobre la importancia de la carencia paterna en las situaciones de delincuencia. Para Andry, más que la ausencia de padre o madre, es “la existencia de una relación perturbada entre padre e hijo”, la que se podría poner en relación con un eventual comportamiento delincuente del niño.

Pero todo esto cobra poca importancia en los años 60 y 70 en los que continua la marginalización teórica de la plaza del padre ligada a la preponderancia acordada a la madre en la educación, también son años de crítica virulenta hacia la posición patriarcal del hombre en la familia.

El crecimiento económico se acompaña de movimientos culturales y políticos que van, de una manera o de otra, a criticar un modelo de sociedad profundamente burguesa en su estructura socio-económica y en la organización “patriarcal” que le corresponde.

Diferentes trabajos filosóficos, históricos, sociológicos, etnográficos, feministas dejan entrever una nueva relación parental, donde el padre comienza a encontrar un nuevo lugar.

Es una época en que muchas certezas se cuestionan, y se buscan nuevos lugares para el niño, para la madre, y, sobre todo, para el padre.

A destacar Françoise Dolto, lacaniana, y bastante independiente en sus puntos de vista, de sus predecesores (M. Klein, A. Freud, D. Winnicott), concibe una orientación de la infancia que se podría definir según los paradigmas indicados por los títulos de ciertas de sus obras: “Au jeu du désir”, “Tout est langage” et “La cause des enfants” (1981, 1987, 1985).

Su orientación está basada fundamentalmente sobre el lenguaje, lo que implica “parler vrai”, como actitud hacia el niño. La originalidad de Dolto es el establecer con el niño un diálogo particular, y mostrar que este diálogo puede ser establecido por todos, tanto por el padre como por la madre, sin establecer diferencias en este diálogo. No supone que el niño vaya a comprender todas las palabras de forma innata, pero que reconoce una comunicación a través del lenguaje, reconociendo los afectos subyacentes, y los hechos de su historia. Dolto afirmaba: “Que los padres sepan que no es por el contacto físico, sino por la palabra, que pueden ser amados y respetados por sus niños”.

Después de los años 70, en los que las mujeres ganaron en autonomía, comienzan a precisarse las inquietudes sociales en relación a la paternidad.

Con la llegada de los años 80, el modelo patriarcal de familia parece estar superado, la mujer tiene responsabilidades profesionales, lo que implica la separación cada vez más precoz del niño con su madre. Al mismo tiempo el niño es el centro de la vida familiar y de las preocupaciones públicas, encontrándose la conciencia de la infancia “exacerbada”.

Bernard This, psicoanalista lacaniano, compañero de F. Dolto, en “Le père, acte de naissance”, insiste sobre el hecho de que el bebé existe ya antes del nacimiento, y que el padre presenta frecuentemente manifestaciones psicológicas durante el embarazo de la madre. Esto recuerda la “couvade”, conocida de ciertos etnólogos, por la que los padres participan simbólicamente al embarazo y al parto. Esta participación inconsciente del padre a la gestación, reactiva de alguna manera los fantasmas infantiles de embarazo, aunque algunos autores se resisten a reconocer esto. “El nacimiento del bebé le hace vivir al padre emociones arcaicas que no pueden más que somatizarse” (This, 1980). This insiste sobre la importancia de la voz como primer objeto de nuestras pulsiones, cuestionando la teoría de Freud y sus sucesores que decían que es el pecho materno el primer objeto capaz de satisfacer las necesidades.

Diversos trabajos han mostrado que, en el útero, el bebé escucha primero las voces graves, es decir el padre antes que la madre (J. Feijoo y M. C. Busnel).

Para This, la paternidad está esencialmente relacionada con el hecho de hablar, “… es la palabra quien nos constituye como padre, hijo o hija. Es la palabra quien nos hace nacer. Existimos como sujetos en tanto que estamos representados por un significante…”.

Según Eugénie Lemoine, si el marido ha acompañado demasiado a su mujer durante el embarazo, pueda tomar un papel femenino. B. This se opondrá a esta posición, así como otros psicoanalistas, p. ej. Olivier (1994) afirmará:

“¿Cómo poder decir o escribir que un padre no podrá ser querido a través del contacto físico, si ésta es la única manera de entrar en la burbuja del bebé, que durante los primeros meses sólo se puede guiar por el olor del cuerpo del otro, por el holding (la manera de coger al bebé) del otro, la canción que hace la voz del otro…?

Geneviève Delaisi de Parseval, psicoanalista y etnóloga, en su libro “La part du père”, enuncia que “en relación a la procreación, el hombre y la mujer, el padre y la madre, tienen un funcionamiento psíquico parecido. Son seres humanos antes de ser seres sexuados. Hombres y mujeres tienen en común la misma bisexualidad de origen (primero embriológica y después psíquica), y su dependencia hacia la madre” (1981). En términos psicoanalíticos, pone el acento sobre elementos pregenitales.

La autora realiza comparaciones etnológicas, y encuentra que “las diferencias y ventajas de un sexo en relación al otro divergen según las sociedades, son construcciones, fruto de factores ideológicos y culturales… parece que las sociedades judeo-cristianas han puesto mucho énfasis sobre el vector úterus, confundiendo maternidad, embarazo y parto. Paralelamente, han identificado paternidad con el esperma fecundante”.

Las teorías de la carencia de cuidados maternos vinieron a formalizar sobre el plan conceptual esta determinación histórica inscrita en nuestra cultura. De esta manera, el padre se encontró amputado de una parte de su paternidad, la más afectiva, la más arcaica, no pudiéndose permitir los fantasmas ligados a su estado, durante el embarazo de su mujer.

Pero la madre también se encuentra “atrapada” en una experiencia de embarazo presentada como maravillosa, gloriosa, en un parto que tiene que pasar como si se tratase de un examen, y en un postparto que se supone que tiene que ser ideal, en una fusión simbiótica con el bebé. Muchas madres no se reconocen en esta descripción idílica, y muchos padres se quejan de sentirse excluidos de esta relación privilegiada madre-bebé.

La autora, como psicoanalista y etnóloga, pone en evidencia la importancia de los dos fluidos, leche y esperma, que son para muchas sociedades, substancias equivalentes en el hecho de ser padre o madre.

Actualmente, en los nuevos modelos de familia, influenciados por las transformaciones sociales, la procreación es fruto de la reflexión, e implica una relación más afectiva, menos autoritaria del padre con sus hijos. No obstante, la diversidad de situaciones parentales es grande, y no siempre son aceptadas todas (PMA, familias mono parentales, parejas homosexuales, etc.). En este trabajo no voy a desarrollar estas situaciones.

 

REPRESENTACIONES CULTURALES DE LA PATERNIDAD Y DE LA INFANCIA

Las podríamos definir como “una forma de conocimiento socialmente compartido, que tiene un sentido práctico y que converge en la construcción de una realidad común a un conjunto social”, siendo además, “un sistema de interpretación que rige nuestra relación con el mundo y los otros, orientan y organizan las conductas y las comunicaciones sociales” (Jodelet, D.).

Estas representaciones culturales forman parte de nosotros y parece ser una pauta que se transmite consciente e inconscientemente sobre un modelo esperado de conducta parental. Operando desde el imaginario social, hace cuerpo en el espacio psíquico familiar e individual, generando actitudes específicas sobre el “ser padres”.
Se puede tomar como un aspecto de la integración del sujeto a su entorno cultural.

Se puede tomar como un aspecto de la integración del sujeto a su entorno cultural.

Podemos encontrar una serie de representaciones culturales de la paternidad donde se esperaría de un padre:

  • Que se aleje lo más posible de la imagen de un padre autoritario.
  • Que no tenga una actitud directriz, ni directamente dominante (siendo el niño el que muchas veces “dirija” el desarrollo).
  • Que a veces anteponga los “derechos” del niño a sus propios deseos (para evitarle sufrimientos o traumas en su desarrollo).
  • Que sea “amigo” de su hijo, borrando las diferencias generacionales.
  • Que delegue precozmente en otros técnicos parte de la educación del niño (y no en las experiencias de sus mayores, abuelos, ni de sí mismos como padres).

En este último aspecto, el sociólogo C. Filgueira (1996) plantea que la “pérdida de funciones de la familia es uno de los rasgos más notables de las tendencias sociales de nuestro tiempo. Históricamente muchas de las funciones tradicionales que en el pasado se asociaban a la unidad familiar han sido transferidas total o parcialmente a otras instituciones especializadas de la sociedad, por ej. ha habido una transferencia de buena parte de las funciones de socialización y educación hacia otras instituciones específicas”.

En relación al niño actual, nos inclinaríamos a pensarlo como:

  • activo,
  • espontáneo,
  • explorador,
  • persistente,
  • autónomo,
  • precoz (motriz e intelectualmente),
  • en casi permanente interacción.

Por supuesto que no es la única imagen de niño en nuestra cultura, y también existen otras formas de ubicar el niño de otros grupos sociales.

Lo que sí podemos afirmar es que ha habido un cambio importante en el status del niño en nuestra cultura. El historiador L. de Mause (1982) plantea un cambio importante en la segunda mitad del siglo XX, “el niño sabe mejor que los padres lo que necesita en cada etapa de la vida e implica la plena participación de ambos padres en el desarrollo de la vida del niño, esforzándose por empatizar con él y satisfacer sus necesidades peculiares y crecientes”.

A diferencia de otras épocas, no se tendería a darles golpes ni a reprimirlos. Se buscaría responder continuamente a sus necesidades, jugar con él, tolerar sus regresiones, estar a su servicio y proporcionar los objetos adecuados a sus intereses y evolución.

El autor plantea como resultado de esa “educación ideal”, “un niño amable, sincero, que nunca está deprimido, que nunca tiene un comportamiento imitativo, de voluntad firme, y en absoluto intimidado por la autoridad”. Este hijo “ideal” estaría en relación con un cambio radical de la función paterna.

¿EL PADRE Y LA MADRE SON IGUALES?

¿A qué momento el padre puede ejercer una influencia sensible sobre el comportamiento del niño? A esta pregunta, obstetras, pediatras y psicogenetistas afirman que, tanto el padre como la madre, influyen en el niño desde el comienzo de su existencia. El estudio de las interacciones precoces nos muestra que el bebé percibe diferencias entre el comportamiento del padre y de la madre, aunque esto sólo lo sitúa probablemente desde el punto de vista identitario, no percibiendo todavía al padre en tanto que padre.

Algunos autores plantean que ya desde el embarazo y por la presencia de las ecografías se daría en el padre una reorganización de la imagen de sí mismo y de sus identificaciones intergeneracionales (Cupa y col., 2000). El mismo autor sostiene en 1999 que en relación a las crisis de llanto, los padres se sienten incompetentes, tienen sentimientos de impotencia y a veces de rivalidad con la madre del bebé.

Durante los seis primeros meses, el bebé da pruebas de reconocer a su padre y a su madre, y a comunicar de forma diferente con cada uno de ellos. Es el padre el que tiene que aceptar activamente de tomar ese lugar afectivo al lado de la madre, pudiendo representar una figura de tercero presimbólico. Recientemente, E. Fivaz (Lausanne) muestra cómo los bebés de algunos meses pueden ya funcionar de modo triádico, estableciendo momentos de interacción a dos y a tres en alternancia.

Algunas investigaciones muestran cómo los padres tienen una interacción más excitante e intensa que las madres, se enganchan a juegos más físicos (Frascarolo, F. 1997). Referente al lenguaje, los padres utilizan más palabras técnicas que las madres (Ratner, 1988). Los padres tienden a hablarles menos y a tener una interacción más física (F. Labrell, 1997).

En cuanto al apego, durante el último trimestre del primer año, el niño es capaz de expresar una preferencia por la figura de apego principal. Desde los trabajos de Main (1981) y Grossmann (1981), se sabe que el tipo de apego (seguro, evitante o ambivalente) puede ser diferente según que el niño esté en presencia de su padre o de su madre. Al parecer los padres tienen más propensión que las madres a abrir el universo del niño hacia las relaciones interpersonales y hacia la cultura. Se muestra más diferenciador que la madre, sobre todo si se trata de un varón.

¿Pero es el mismo el cuidado que pueda hacer un padre o una madre del niño a diferentes edades?, ¿al sostener de forma extrema la pluralización de funciones, no caemos en el riesgo de desmentir la diferencia?; esta indiferenciación podría tener repercusiones sobre las diferencias de generaciones, lo cual podría reflejarse en la estructuración psíquica del niño.

D. Gil (2002) plantea lo siguiente: “El padre puede hacer lo mismo que la madre pero lo hace de forma diferente. Estas diferencias no son expresión de una diferencia de esencia entre el hombre y la mujer sino que son diferencias culturales”.

UNA VISIÓN DEL PADRE COMO PROCESO

Creo que el padre no es sólo una representación mental estática, sino el elemento de una dinámica psíquica a lo largo de diferentes etapas del desarrollo.

En periodo preedípico, el padre no tiene una función separadora. Todo parece indicar que ejerce una función de unión y de contextualización en relación a la díada madre-bebé.

Estoy de acuerdo con F. Hurstel (2001) que señala que, desde el nacimiento, el padre mediatiza la relación de intimidad madre-bebé, ésta es una función de “holding”, de “envoltura” de la relación de intimidad, que ayudaría a organizar la diferencia de los lugares dentro de la parentalidad.

A mi parecer, la perspectiva lacaniana no es procesual; decir que el padre “castra” la madre, no significa que sólo asuma esta función, al mismo tiempo son posibles funciones de unión. En realidad, todo depende sin duda del nivel que se esté observando.

Efectivamente, el padre preedípico tiene un papel de apoyo, de continente de la díada madre-bebé, incluso yo diría de defensa contra la posición depresiva, mientras que el padre edípico tiene un papel diferenciador, separador.
La construcción del espacio paternal parece indisociable del acceso a la diferencia generacional, bien que inicialmente el padre puede ser percibido por el niño como otro bebé de la madre (fantasma del “nido de bebés” evocado por F. Tustin). La idea fundamental de todo esto es que el espacio paternal no es una construcción maternal propuesta, sino una coconstrucción de la díada madre-bebé, que se va construyendo progresivamente, con oscilaciones y alternancias entre los aspectos de tercero reparador y separador.

HACIA UNA COPARENTALIDAD, CAMBIOS EN LA ESTRUCTURACIÓN PSÍQUICA DEL NIÑO ACTUAL

La coparentalidad la podríamos entender como una forma de llevar adelante la tarea de ser padres de una forma compartida, sin delegar aspectos prácticos de la crianza en la madre únicamente, como se daba en otra época (P. Malrieu, 2001).

Esto configura un cambio importante en el plano de las mentalidades y las costumbres culturales, lo que implica una modificación significativa de papeles.

Pero también hay situaciones que hacen pensar en que esta coparentalidad es llevada al extremo, y la pluralización de la función paterna parece deslizarse hacia una indiferenciación de papeles (algunos padres dicen: “nos embarazamos”, “lo parimos”, “lo amamantamos”, “nos despertamos con él”, “elegimos todo juntos”). En estos casos extremos dejaría de haber un plano simbólico de coparticipación, para pasar concretamente a una “estructura única de tres”, se pasaría al niño rey (Lebovici S., 2001). De esta manera el padre se acercaría de una forma particular a su hijo, deseando y esperando que su hijo cumpla una serie de anhelos que le son propios.

De esto viene probablemente la idea muy actual de que “hay que estimular muy tempranamente al niño para que desarrolle desde el principio sus potencialidades”. De esta manera lo que cuenta es el futuro del niño, el fantasma fálico subyacente es que “ese hijo alcanzaría un desarrollo pleno de sus potencialidades”, quedando el pasado relegado a un segundo plano, casi desalojado. La infancia sería “una edad de espera”, y los niños “los hombres del futuro”.

Varios autores señalan una modificación de lo público y privado en la familia.

El historiador G. Caetano (1997) señala que “también la familia pierde crecientemente las funciones de cría y de la educación de los hijos…ámbitos considerados como íntimos de la esfera privada”. Esta “subjetividad externalizada” cobra vigencia en el niño a través de la importancia de que se “exprese”, sea “espontáneo”, y no de muestras de pasividad o de inhibición.

Todo esto tiene efectos sobre la transmisión de la cadena generacional. En ese “apuro por crecer” y en esa búsqueda de “saberes y completudes”, no tiene un lugar la generación de los abuelos. En muchas situaciones, se iría estableciendo un “borramiento de las diferencias de generaciones”, en esa estructura de tres, en ese “olvido” del pasado.

En el niño, generalmente muy estimulado cognitivamente, comienza a darse un apego especial con los padres, a veces tiránico, emergiendo ciertas dificultades que preocupan mucho a los padres actuales: los límites y la inquietud.

Inquietud que podría ser el resultado de una dificultad por parte de los padres a contener las pulsiones de los niños, quedando el niño “abandonado” a sus impulsos, con la consiguiente hiperexcitación que puede llevar en muchos casos a diagnosticar erróneamente de “síndrome de hiperactividad y déficit de atención”.
Son niños que al no haber integrado la diferencia de generaciones, entre otras cosas, tiene dificultades en la tolerancia a la frustración, y a la exclusión. No han adquirido “la capacidad de estar solos” (Winnicott), los padres dicen que no saben jugar solos, salvo a juegos de videos games. En estos niños la capacidad de simbolización se ve muy comprometida.

UN CASO CLINICO: CRISIS FAMILIAR EN URGENCIAS

En una de mis guardias recibí la llamada telefónica de la pediatra, también de guardia, que parecía desbordada ante una situación familiar “delicada”: “No sé lo que hacer, es una situación delicada, necesito la opinión de un psiquiatra infantil”.

Se trata de una madre que ha acudido con su hijo de 10 años a las urgencias de pediatría, el padre se halla detenido en comisaría.

Miguel es un niño pequeño para su edad pero con aspecto adultomorfo y con un lenguaje muy elaborado para la edad que tiene; todo esto contrasta con una actitud cariñosa, infantil y muy cercana hacia su madre, que mantendrá a lo largo de la entrevista.

La madre me relata lo ocurrido: Esa misma tarde se encontraban en casa, Miguel jugando con la Nintendo. Como ya llevaba toda la tarde jugando, los padres le dijeron que tenía que dejar de jugar y hacer los deberes.
Miguel se negó, comenzó a discutir con sus padres; la madre dice que su hijo comenzó a agitarse y que el padre intentó sujetarlo, provocando esto unas magulladuras en la cara del niño, que cogió un teléfono portátil y se encerró en el cuarto de baño, desde allí llamó al 061, que acudió inmediatamente con la policía y se encontraron con esta escena. El niño dice a la policía que el padre le ha agredido. La policía detiene al padre que es llevado a comisaría, y la madre acude con Miguel al servicio de urgencias.

Miguel parece asustado, me mira con desconfianza. “Yo no llamé para denunciar, llamé porque no sabía qué hacer para tranquilizarme…”.

La madre me dice que Miguel es hijo único, tuvo un desarrollo psicomotor muy rápido, fue un niño muy precoz, comenzó a tener rituales de limpieza desde muy pequeño, que continua manteniendo. No ha tenido problemas escolares y tampoco parece tener problemas relacionales con los niños de su edad.

La madre menciona que su hermana padece una esquizofrenia y que por ello, Miguel nunca ha querido tomar psicofármacos: “…Yo no estoy loco, no voy a tomar medicamentos como la tía…”.

La madre no lo expresa claramente, pero parece temerosa de cómo pueda evolucionar su hijo, detrás está la fantasía de que puede evolucionar como su tía, proyectando probablemente en su hijo aspectos de la relación con su hermana. De hecho, me dice que siempre han sido muy tolerantes con él: “… Siempre le hemos tratado como a un adulto, le explicamos todo… hoy le dijimos que no podía continuar jugando, ya llevaba toda la tarde…, le explicamos que debía de dejar de jugar para hacer los deberes”.

Pregunto por el padre, ahora en comisaría. La madre lo describe como un doble de ella misma, el papel materno y paterno parecen muy indiferenciados: “…Formamos un equipo, nos ayudamos en todo…”.

Dice que no pueden poner límites a su hijo, que todo lo cuestiona, parecen formar una “estructura única de tres”, donde el papel de padre, madre está borrado, sin capacidad para contener, sin capacidad para separar, Miguel me repite varias veces, “llamé al 061 a ver si me tranquilizaban, a ver si nos ayudaban…”.

La pediatra parecía preocupada por las repercusiones a nivel legal. “Esto va a llegar al juez y yo creo que estos padres no maltratan a su hijo… necesitan ayuda”. Se siente culpabilizada, se identifica a Miguel, que me dice una vez más: “…Yo no quería denunciar…”. Sí, quería que le ayudasen para que le fijasen límites y no quedarse detenido en el tiempo, poder crecer, evolucionar, y salir de esa “estructura única de tres”, intemporal, que no deja espacio para la fantasía.

Derivé desde urgencias a esta familia a un servicio de Psiquiatría Infantil. A mi parecer éste es uno como otros muchos casos que se están viendo en los servicios de Psiquiatría Infantil y en las urgencias y que muestran cómo han evolucionado las relaciones familiares y que se están produciendo cambios en la estructura psíquica del niño actual.

BIBLIOGRAFÍA

– “Análisis de una fobia de un niño de cinco años “, 1909, Obras completas de S. Freud.
– “El caso de Leonardo da Vinci”, 1920, Obras completas de S. Freud.
– “El yo y el ello”, 1923, Obras completas de S. Freud.
– “La identificación”, 1921, Obras completas de Freud.
– “Tótem y tabú”, 1913, Obras completas de Freud.
– “L’être- bébé “, B. Golse, PUF, pag 149-170.
– “l’Enfant, la mère et la question du père”, G. Neyrand, PUF, 2000.
– “Cambios en la paternidad: Reflexiones sobre algunos efectos en el psiquismo del niño de hoy”, V. Guerra, 2003. Trabajo presentado en las Jornadas “La paternidad hoy”, organiza- das por AUDEPP.
– “Introducción a la obra de Mélanie Klein”, H. Segal, PUF, 2003.
– «La problématique paternelle», Chantal Zaouche-Gaudron, ERES, 2001.

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