Marian Fernández Galindo
Psiquiatra y psicoanalista.
Ponencia presentada en el XIV Congreso nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente, que bajo el título “Las relaciones tempranas y sus trastornos”, se celebró en Oviedo los días 5 y 6 de octubre de 2001.
“A nivel teórico empecé aprendiendo que Edipo era un parricida incestuoso, y en cambio en la actualidad suelo centrarme sobretodo en que Edipo fue un niño abandonado por sus padres; al principio veía a Narciso como alguien enamorado de sí mismo, ahora pienso que es alguien que vive pendiente de su imagen para conjurar la amenaza de rechazo y de ser destruido…”
Ramón Riera y Alibés (2001)
Esta es la historia de una “desviación” de la teoría freudiana que, a diferencia de algunas anteriores, que nunca más volvieron (Adler, Jung) está regresando a la “corriente principal” del pensamiento psicoanalítico apadrinada por los tozudos hechos clínicos.
Efectivamente, la teoría del apego nace del pensamiento de un psicoanalista, no es reconocida como hija legítima por el psicoanálisis “oficial” y como tal es expulsada de la ortodoxia. Acogida por la Psicología del Desarrollo, crece y madura de tal manera que, en los últimos diez años hay una serie creciente de miembros de la familia que no tienen prejuicios en relacionarse con ella, si bien le muestran una consideración diferente según los casos: unos la invitan a comer pero no la dejan pasar de la cocina (ej.: los que usan sus instrumentos en forma ecléctica sin pararse a consideraciones teóricas y/o epistemológicas) y otros la reconocen como hija de Freud lo mismo que ellos y la incorporan a sus planteamientos teórico-clínicos (ej.: los investigadores de la infancia que aplican –¿o extrapolan?– dicha investigación sobre la infancia a la clínica adulta). También la consideran “de los suyos” las corrientes actuales que “resuelven” la controversia Pulsión-Objeto dando por vencida a la primera (ej.: el intersubjetivismo).
Mi propósito es dividir mi exposición en tres apartados:
- Historia del apego. Relataré lo más someramente posible cual ha sido la historia del apego desde su naci
miento –en realidad, desde su génesis–, y las vicisitudes que ha sufrido hasta hoy, proponiendo a su consideración - las diferentes críticas que se le han hecho –en diferentes momentos evolutivos a lo largo de los últimos cuarenta años– para llegar a
- la situación actual de reencuentro
I. HISTORIA DE LA TEORÍA DEL APEGO
Orígenes de la teoría del apego: John Bowlby
John Bowlby nace en 1907, en el seno de una familia patricia inglesa (1). Sus estudios secundarios le llevan al campo de la biología (fue hasta su muerte un notable dibujante de pájaros). Antes de iniciar su entrenamiento como médico, vive la experiencia de trabajar con adolescentes que proceden de familias conflictivas, lo que será determinante en su convicción en la influencia que tiene el ambiente, es decir, los padres “reales” en el desarrollo de la personalidad.
Su formación psicoanalítica en el seno de la Sociedad Británica de Psicoanálisis en los años 30 (análisis con Joan Riviere; supervisiones con Melanie Klein) no consiguió someter aquella creencia completamente heterodoxa. El relato de sus –dos– supervisiones con Klein pone de manifiesto un pulso constante entre los intentos de ella para reducir todo el interés de Bowlby y su trabajo terapéutico al primado único de la fantasía inconsciente y los de él para convencer a Klein de la relación causal inequívoca entre el malestar de los pequeños pacientes y la patología de sus progenitores.
Influido por James Robertson (2), estudia con él los efectos de la separación precoz de los niños y sus madres. Ambos describen en sus trabajos anteriores al 60 los patrones de conducta que observan sistemáticamente en los niños que sufren un alejamiento súbito y mantenido de sus hogares y que se ven instalados en ambientes extraños (instituciones, hospitales, etc.).
Bowlby utiliza para sus proposiciones un lenguaje naturalista que, a mi modo de ver, es uno de los elementos de convicción para quien se acerca a sus textos. Un ejemplo:
“Siempre que un niño pequeño que ha tenido oportunidad de desarrollar un vínculo de afecto hacia una figura materna se ve separado de ella contra su voluntad, da muestras de zozobra; y si, por añadidura, se lo coloca en un ambiente extraño y se lo pone al cuidado de una serie de figuras extrañas, esa sensación de zozobra suele tornarse intensa. El modo en que el chiquillo se comporta sigue una secuencia característica. Al principio protesta vigorosamente y trata de recuperar a la madre por todos los medios posibles. Luego parece desesperar de la posibilidad de recuperarla pero, no obstante, sigue preocupado y vigila su posible retorno. Posteriormente parece perder el interés por la madre y nace en él un desapego emocional. Sin embargo, siempre que el período de separación no sea demasiado prolongado, ese desapego no se prolonga indefinidamente. Más tarde o más temprano el reencuentro con la madre causa el resurgimiento del apego” (J. Bowlby, La separación afectiva, pág. 45).
La universalidad del fenómeno que tiene lugar como un proceso en tres fases le permite postular su carácter innato y, por tanto, ligado a la filogénesis.
En 1958, lee ante la Sociedad Británica el primero de los trabajos –de una serie de tres– dedicados al tema: “La naturaleza del vínculo entre el niño y su madre”. Los dos siguientes serán “Angustia de separación”, leído también en la Soc. Británica, y “Tristeza y duelo en la infancia”, publicado en 1960 en Psychanalytical study of the child. Las circunstancias en que se publica éste último expresan claramente la tormenta crítica que se levantó frente a las ideas de Bowlby: el artículo es precedido por una nota del editor en la que se indica que, ante las profundas controversias suscitadas por las ideas del Dr. Bowlby, se publica su trabajo seguido de los comentarios críticos de Anna Freud, Max Schur y René Spitz.
Estos tres trabajos constituyen el esquema que más tarde desarrollará, en su trabajo principal, la famosa trilogía Attachment and Loss (Apego y pérdida), publicada entre 1969 y 1980.
En estos tres trabajos iniciales propone una teoría que, en síntesis, es la siguiente:
- El ser humano desarrolla desde sus comienzos una intensa vinculación hacia una única persona (en general, la madre) vinculación que, una vez establecida, se mantiene constante.
- La separación de dicha persona (figura de apego) pone en marcha una reacción afectiva observable a través de una serie de manifestaciones de conducta que siguen un patrón constante.
- Este patrón presenta tres fases características que se desarrollan a medida que la separación es más larga. El niño pequeño separado de su madre manifiesta, en el primer momento, protesta; si la separación continúa, desesperación o desesperanza; y, finalmente, si la separación es lo suficientemente larga, desapego.
- Esta conducta manifiesta la necesidad de apego, necesidad que es primaria y que por tanto no se “apoya” en otras necesidades básicas (alimentación) negando de este modo un concepto fundamental de la metapsicología freudiana: la teoría del apuntalamiento.
- Las conductas de apego se mantienen a lo largo de toda la vida, activándose en determinadas circunstancias: amenazas de pérdida o pérdida real.
- Las conductas de apego, que se desarrollan con la finalidad de mantener la proximidad a la figura de apego y tienen como función la supervivencia (protección de los individuos jóvenes frente a los predadores), se desarrollaron y mantuvieron de acuerdo al concepto darwiniano de la “selección natural”.
Bowlby presenta sus planteamientos como un nuevo desarrollo metapsicológico, basado en la segunda teoría de la angustia que Freud sostiene en su artículo de 1926 Inhibición, síntoma y angustia, llamada teoría de la angustia-señal. En este artículo, Freud reflexiona sobre el problema de la pérdida y sus consecuencias en el psiquismo, concluyendo que el ser humano se siente amenazado por diferentes pérdidas y no solo por la castración: pérdida del Objeto, pérdida del amor del Objeto, etc.) y propone un cambio revolucionario en su concepción de la angustia que pasa de ser “libido transformada” a ser una señal emitida por el Yo frente a la amenaza de pérdida.
Freud luchó toda su vida con el problema de integrar en una sola secuencia las diferentes reacciones ante la pérdida, como eran la angustia, el duelo y las defensas. En su última obra, Esquema del psicoanálisis, publicada póstumamente, parece encontrar una solución y ahora “advierte con toda claridad… –dice Bowlby, citando a Freud– que la ansiedad es la reacción producida ante el peligro de la pérdida del objeto, el duelo es la respuesta producida ante la pérdida real de aquel, y las defensas protegen al Yo contra demandas instintuales que amenazan dominarlo y que pueden producirse… en ausencia del Objeto” (Bowlby, 1985, citando a Freud, Amorrortu ed. 20, 159 y sig.).
En una aplicación de la teoría, tan sencilla y elegante como ella misma, Bowlby sostiene que las tres fases de la reacción del infante a la separación coinciden plenamente con la proposición de Freud:
Fase de protesta – angustia de separación – reacción a la amenaza de pérdida.
Fase de desesperanza – duelo – reacción a la pérdida real.
Fase de desapego – defensa del Yo.
Como decía, las críticas despertadas por la publicación de estos trabajos fueron virulentas: esto no es psicoanálisis, es conductismo, psicología evolutiva, etc.
Anna Freud, “provocada” por Bowlby, que la citaba como pionera en la observación de los efectos de la separación (3), se vio obligada a precisar su posición teórica sobre un fenómeno que había descrito vivamente pero que no había explicado. Sin renunciar a la teoría del apuntalamiento, colocaba la angustia de separación dentro de su concepto de líneas de desarrollo como correspondiente a una fase evolutiva, la de “unidad biológica madre-bebé” y situándola entre las angustias primitivas de aniquilación y la angustia de pérdida del Objeto que correspondería a la fase de constancia objetal. (4)
La psicología del Yo, representada por Max Schur, consideraba que el niño, a causa de la inmadurez de su Yo, era incapaz de hacer un duelo (idea compartida también por Anna) y por tanto, desechó en bloque el paralelismo establecido por Bowlby entre duelo adulto y reacción del niño a la separación que demostraba la persistencia del apego a lo largo de la vida.
A sensu contrario, Bowlby no fue menos crítico.
La preponderancia dada por Klein a la fantasía inconsciente era rebatida, a la luz de la importancia, probada en la observación, de los padres reales.
Consideraba que Anna Freud y la psicología del Yo habían construido sus teorías antes de la publicación de Freud del 26 y que no se habían ocupado de revisarlas.
La equivalencia que hace Spitz entre la “angustia del 8.º mes”, angustia frente al extraño, y la angustia de separación es falsa para Bowlby. Primero, porque los hechos clínicos desmienten esa hipótesis, ya que la angustia ante el extraño tiene lugar con mucha frecuencia en presencia de la madre, de manera que no es cierto que el extraño represente la ausencia de la madre y, además, porque el argumento de que el miedo al extraño no puede ser primario ya que éste no le ha hecho ningún daño al niño es absurdo: lo desconocido, lo extraño causa miedo per se.
Mahler también yerra, según Bowlby, al colocar la teoría como un prejuicio ante los hechos clínicos, de tal manera que considera los fenómenos de apego –que están presentes a lo largo de la vida– como fases de desarrollo.
Pero, en todo caso, desde esa fecha, 1960, se retira de controversias inútiles, profundizando en el trabajo sobre los hechos observados y acercándose a ciencias emergentes como la etología y los desarrollos biológicos que venían de la teoría de sistemas y de la teoría del control.
De la etología toma los conceptos que dejan de hablar de la conducta para hacerlo de sistemas de conducta, modelos preprogramados genéticamente, que se desarrollan en función del ambiente (5).
De la teoría del control toma planteamientos que en esos años habían hecho avanzar a la biología y la fisiología, como los mecanismos de retroalimentación (feed back) y la homeostasis, etc.
De estas aperturas a otros paradigmas nace su concepto fundamental: los modelos operantes internos (6), que supone una visión diferente de la estructura del aparato psíquico, una nueva tópica. Según el concepto de modelo operante interno, lo que la tradición psicoanalítica conceptualiza como mecanismos de defensa o como expresiones de conflicto y compromiso, son modelos de representación de sí mismo y de los otros que se han ido adquiriendo a lo largo de la vida, modelos en su mayor parte no conscientes. La suma articulada jerárquicamente de los modelos operativos internos constituiría la estructura de la personalidad, el modo en que un sujeto determinado constituye su visión del mundo externo y de sí mismo. Estos modelos, en su mayor parte inconscientes, representarían la forma en que el sujeto, en su interacción con el ambiente, y como parte fundamental de este ambiente, con sus figuras de apego, va constituyendo su representación del mundo y de sí mismo como parte integrante de ese mismo mundo.
A estas alturas, el pensamiento de Bowlby se ha alejado mucho más de la metapsicología freudiana de lo que lo hacía al principio. Junto a la teoría del apuntalamiento, han caído los conceptos de energía psíquica y de pulsión.
La energía psíquica, postulada como una extrapolación de la energía física, es indemostrable. Los organismos vivos no funcionan como los inanimados. El concepto de entropía, por ejemplo, es inaplicable y es este concepto el que le hacía proponer a Freud la idea de que el “aparato psíquico” tenía como finalidad reducir la tensión al mínimo y, por tanto, defenderse de los estímulos. En el modelo biológico de Bowlby, la finalidad del aparato psíquico es la homeostasis, la regulación del afecto.
El concepto de pulsión como una fuerza constante, para la que no se consideran condiciones de activación ni de extinción y que reduce la motivación a un único –o dos– motivos es también incompatible con los datos de la biología.
Así mismo, los conceptos de fijación y de regresión son sustituidos (al igual que las fases de desarrollo psicosexual) por los de sistemas de conducta activados o extinguidos, etc.
Sin embargo, en todos sus escritos y hasta el final de sus días, Bowlby pensó que estaba buscando –y encontrando– nuevos caminos para la metapsicología concordantes con los nuevos avances de la biología, la etología y la evolución y que, al hacerlo así, se mantenía fiel a Freud (al espíritu, no a la letra). En todos sus trabajos hay múltiples referencias al Freud de la observación directa (el juego de la bobina, por ejemplo), al Freud etólogo, etc.
Teoría del apego: la historia continúa… la era interaccional. Mary S. Ainsworth
Pero la continuidad de la obra de Bowlby no vino de la mano del psicoanálisis sino de la psicología evolutiva, en realidad de la mano de una única persona: Mary Salter Ainsworth.
Mary Ainsworth trabajó con Bowlby, en el Instituto Tavistock de Relaciones Humanas durante unos nueve años, entre 1945 y 1954, pero siempre permaneció ligada a su pensamiento que desarrolló de manera fecunda.
El diseño de un instrumento de observación tan simple como fructífero, la Strange situation, situación de extrañeza o situación ante el extraño, le permitió avanzar en el estudio de las conductas de apego (7).
Se trata de una situación de observación en la cual el niño es colocado en un “ambiente extraño” (si bien, no excesivamente), una pequeña sala provista de un par de sillas y una tercera, en el extremo más alejado, con juguetes. A partir de ahí, se establece una secuencia de cortos períodos (3 minutos) en la cual primero el niño permanece sólo con la madre; segundo, entra un desconocido; tercero, la madre se ausenta; cuarto, el desconocido sale también y el niño se queda solo. Luego, la madre regresa; vuelve el desconocido…, etc.
El propósito de Ainsworth al realizar esa exploración era demostrar la teoría de Bowlby respecto al carácter universal de la respuesta de los niños pequeños a la separación de su madre y, por tanto, estableció la hipótesis de que “los indicios naturales de peligro”(ambiente extraño, presencia de un desconocido, ausencia de la madre) provocarían el llanto del bebé (protesta), y una recuperación rápida de su interés por los juguetes (conducta exploratoria) al regreso de la madre. Una vez que ambos se reuniesen, se suponía que la presencia de la madre proveería la seguridad suficiente (8) como para permitir que el niño volviese a jugar.
Sin embargo, los resultados obtenidos en su estudio (realizado por primera vez en Baltimore, con un grupo de 23 niños de un año) la confrontaron con algunas sorpresas.
Mientras que una mayoría (trece de veintitrés) de niños se comportó como se esperaba (los que después se han categorizado como seguros), ante la sorpresa de Ainsworth seis de ellos mostraron muy poco o ningún malestar al ser dejados solos en el entorno desconocido, y además ignoraron o evitaron a la madre al volver ésta. Se comportaban curiosamente como niños más mayores que ya habían alcanzado la etapa de desapego como respuesta a separaciones prolongadas. Ainsworth interpretó la respuesta de estos niños, llamados evitativos, como expresión de la represión de las manifestaciones de ansiedad y enfado.
La respuesta de los cuatro niños restantes difería de todas las demás. Su angustia era tan intensa que les impedía involucrarse en cualquier situación de exploración o juego incluso en presencia de la madre. Tipificados como ambivalentes/resistentes, parecían preocupados con sus madres durante toda la prueba, lo mismo en su presencia que en su ausencia, y no encontraban en su regreso ningún consuelo para su enfado o su angustia.
La frecuencia de los diferentes tipos de conducta de apego que Ainsworth encuentra en este primer trabajo (50% seguros, 30% evitativos, 20% ambivalentes/resistentes) ha sido confirmada en trabajos realizados en todo el mundo. La mayoría de los niños presenta una modalidad de apego seguro y esta característica no se modifica ni con el sexo ni con el orden de nacimiento.
A pesar del aspecto claramente cognitivo de las investigaciones de Ainsworth, hay que reseñar que para ella el apego no es un fenómeno meramente conductual (crítica que ha perseguido a la teoría desde su fundación). En uno de sus trabajos define así el concepto:
“El apego se manifiesta a través de patrones de conducta específicos, pero los patrones en sí mismos no constituyen el apego. El apego es interno… Este algo internalizado que llamamos apego tiene aspectos de sentimientos, de memorias, de deseos, de expectativas, y de intenciones, todos los cuales… sirven como una especie de filtro para la percepción e interpretación de la experiencia interpersonal, como un molde que configura la naturaleza de una respuesta externamente observable”. (Ainsworth, 1967, pág. 429) (9).
El descubrimiento de las modalidades de apego dio lugar al desarrollo del estudio del vínculo que une al bebé y a su madre añadiendo la perspectiva interaccional, es decir, considerando la especificidad de las respuestas del niño en una relación concomitante con las respuestas de la madre, y no necesariamente con experiencias de separación.
Muy rápidamente, Ainsworth comprobó que la modalidad de apego observada en el niño sometido a la Strange situation se relacionaba con una modalidad específica de interacción con el niño por parte de sus cuidadores en todas las situaciones, empezando por su madre en el hogar. Es decir, que las respuestas de apego del niño eran sistemas de conducta (10) (modelos operativos) que se activaban frente a sistemas de conducta de sus madres (11). En la década de los 80 hay infinidad de trabajos de observación y análisis de interacciones madre-bebé (12).
Teoría del apego en la actualidad: La era representacional
El tercer gran avance de la teoría del apego, lo que se ha venido llamando la era representacional, es aportado por toda una serie de investigadores entre los cuales es de destacar el trabajo de Mary Main quien, basándose en las concordancias halladas entre las diferentes modalidades de apego del niño y las actitudes de sus padres hacia ellos, diseña un instrumento clínico que permite el estudio de los modelos operativos parentales en relación con el apego. Este instrumento es la Entrevista de Apego Adulto (AAI, Adult Attachment Interview). Se trata de un cuestionario semiestructurado en el cual los padres reflejan en forma narrativa sus vivencias, recuerdos y sentimientos en relación con sus propios progenitores y su historia infantil. Lo que se busca y se evalúa no son los contenidos de la experiencia, sino la coherencia y consistencia del relato de tal manera que un padre puede ser considerado como seguro a pesar de que su experiencia de la relación con sus padres sea traumática y los sentimientos que muestre hacia ellos sean negativos, a condición de que asuma su posición en forma consistente.
En línea con los resultados de la Strange situation para clasificar las modalidades de apego, La Entrevista de Apego Adulto ha permitido encontrar tres tipos de “modelos representacionales del apego”: Autónomo-Seguro, Desentendido y Preocupado.
El uso de ambos instrumentos combinados (es decir, EAA para padres de niños tipificados con la Strange situation) ha permitido encontrar concordancias entre las modalidades de apego en los niños y en sus padres, y, en consecuencia, el uso de la EAA con fines de predictibilidad.
Mary Main interpreta las modalidades de apego encontradas en los niños como “estrategias adaptativas” a las condiciones de cuidados en las que se crían y, en este sentido, piensa que “los patrones inseguros de apego organizados (13) –el evitativo y el ambivalente-resistente– pueden ser considerados como estrategias… para mantener la proximidad con un padre cuya… respuesta es inconsistente o limitada” (Main, 2001).
Es decir, que en tanto la madre proporcione una base segura, lo que sucede en la mayoría de los casos (como la madre “suficientemente buena” de Winnicott), el niño puede dirigir y mantener su atención hacia la exploración del mundo externo (otra vez Winnicott: “La capacidad de estar solo en presencia de la madre”...). Pero el niño con apego evitativo ha de desviar la atención tanto de la madre como del stress de la separación, lo que consigue manteniendo su atención en los juguetes o en alguna otra cosa. (14)
En contraste, el niño ambivalente-resistente, para mantenerse organizado, necesita concentrar toda su atención en la madre, lo que le impide fluctuar entre ésta y la exploración de los juguetes y del entorno.
“… los infantes inseguros –continúa Main– parecen permanecer organizados bajo el stress, concentrándose insistentemente en un solo aspecto de lo que les rodea…” Esta inflexibilidad de la atención que se observa en niños rechazados o tratados de manera inconsistente (lo que es la causa del stress) volverá a aparecer en el discurso de sus padres cuando a éstos se les pide comentar sus experiencias relacionadas con el apego. (Main, 2001).
Main y Solomon describieron un tercer patrón de apego inseguro, el desorganizado/desorientado. Los niños que presentan esta modalidad de apego no tienen la capacidad de manejar la angustia ante la separación y no buscan consuelo cuando la madre regresa. Lo más característico de este patrón es que la conducta de los niños es impredecible en relación al acercamiento o evitación de la madre; tienen conductas contradictorias, se acercan a la madre y se quedan a mitad de camino paralizados, a veces con los brazos elevados. Muestran una falta de estrategias para satisfacer sus necesidades de seguridad y consuelo.
Investigaciones posteriores han demostrado que este patrón de apego desorganizado/desorientado era más prevalente en madres deprimidas y en madres que maltratan.
Lyons-Ruth, en un estudio realizado en el Hospital de Cambridge (USA) observó que la conducta desorganizada de estos niños se manifestaba con intensa angustia ante la separación de la madre, lloraban, golpeaban y se tiraban al suelo, tratando de restablecer el contacto con ella. Cuando la madre regresaba, el niño se acercaba a ella pero cuando entraba en contacto la empujaba tratando de desasirse y se alejaba de ella. También observó que las madres mostraban un claro rechazo hacia el niño. (Lyons-Ruth et al., 1990).
La conducta de estos niños coincide con las observaciones de Margaret Mahler sobre la fase de ambivalencia. Sin embargo, los investigadores del apego difieren en cuanto a la interpretación de esa observación; donde Mahler veía las dificultades del niño para abandonar las fantasías de omnipotencia en cuanto a la posesión y control del Objeto materno, ellos ven la dificultad de la madre para proveer al niño de seguridad y bienestar.
Para resumir lo que la teoría del apego propone como aportación al psicoanálisis teórico-clínico actual (cuatro términos deliberadamente ambiguos) tomaré prestados los comentarios a un trabajo reciente de Karlen Lyons-Ruth sobre las posiciones de Mahler (Pilar Díaz Jiménez, 2001):
“La teoría de las relaciones objetales considera el fantasma (fantasía inconsciente) como motor del psiquismo; desde este punto de vista, las figuras de apego pueden modular pero no determinan, todo depende del movimiento pulsional. La ansiedad de separación se justifica por la pérdida de omnipotencia del niño, lo que le lleva a buscar a la madre con el fin de recuperar el poder perdido; pero al reaproximarse surge el miedo a la respuesta de la madre a la que el niño ha atacado previamente en su fantasía. El fantasma es, en esta concepción, la fuente de la agresividad.
Los teóricos del apego, en cambio, centran su observación en el vínculo. El punto de partida es observar qué ocurre en la interacción con la figura de apego. El modelo relacional del desarrollo considera al adulto no sólo como objeto de la pulsión sino como regulador emocional que determina la estructuración del psiquismo. La figura de apego tiene la función de regular la relación estableciendo reacciones y respuestas diferentes según las necesidades emocionales del niño. Desde el modelo relacional, el fantasma surge de la interacción.«
II. CRITICAS A LA TEORÍA DEL APEGO
Como se puede observar en el sucinto resumen anterior, la teoría del apego en los 40 años transcurridos desde las primeras formulaciones de John Bowlby, ha recorrido un largo camino en el cual ha ido despojándose de algunos planteamientos de la propia teoría rebasados por la investigación (la insistencia en el objeto de apego único o múltiple, el acento puesto en el apego, fuente de confusión, para pasar a las modalidades de apego, la investigación basada en las respuestas a la separación para centrarse en la interacción, etc.). Al mismo tiempo, del abandono o crítica de “algunos” conceptos metapsicológicos, Bowlby pasó a una revisión total.
Además de cuestionar la primera teoría de la angustia y, con ella, los conceptos de pulsión, energía psíquica y los que se derivan de ellos, investidura, fijación, regresión, en general el punto de vista económico, Bowlby abandona también el desarrollo psicosexual en fases, por supuesto la preponderancia de la fantasía inconsciente y su origen en el interior del psiquismo, la agresión y la envidia “innatas” de la metapsicología kleiniana, etc.
A pesar de ello, cuando René Zazzo le pregunta, en el seno de los intercambios que mantiene con él a propósito del Coloquio imaginario antes citado si considera que su teoría es respecto a la metapsicología una demolición o una renovación, le contesta sin dudarlo que “una renovación”.
Las críticas a sus primeros trabajos (del 58 al 60) descritas más arriba que determinaron su abandono del “foro de debate” psicoanalítico han mantenido a las corrientes europeas (la kleiniana, el psicoanálisis teórico francés) y a la psicología del Yo americana al margen de sus desarrollos. (15)
En lo que respecta al psicoanálisis francés (que, por razones de afinidad cultural conozco un poco más) las posiciones críticas se han mantenido hasta el presente si bien, traer la teoría del apego a la palestra periódicamente para volver a recusarla resulta algo sospechoso…
La primera respuesta “oficial” a la nueva teoría aparece de la mano de Zazzo en el ya nombrado varias veces Coloquio imaginario. René Zazzo, profesor de Psicología en la Universidad de Nanterre, elabora un artículo apasionado (16) denunciando la “conspiración de silencio” que se cernía sobre los trabajos de Bowlby desde 1958 –es decir, ¡14 años antes!– y sobre todo de que la obra principal, la trilogía sobre el apego, que comenzó a aparecer en 1969, no encontraba editor en Francia. Zazzo hace circular su artículo entre un grupo de especialistas (etólogos, paidopsiquiatras y psicoanalistas) que reaccionan por escrito a su texto, reacciones que remite a sus interlocutores recogiendo de vuelta sus segundas reacciones. Con todo ello se elabora un libro publicado en 1973, reeditado en 1979 y en 1991.
He leído varias veces ese texto tratando de encontrar posiciones teóricas que, en mi opinión, pudieran sostener una crítica consistente. Y, como no lo consigo, entresaco textos que someto a su consideración y asumo el riesgo de hacerlo sospechosamente:
“Tomando por ejemplo el registro de la agresión… el trabajo de Lorenz es muy interesante… pero yo, por mi parte, sólo conozco las fantasías agresivas…” (S. Lebovici, pag 83).
“El apego es la necesidad, pero el azar de la historia es el que da fundamento a la vida mental…” (S. Lebovici, pag. 84).
“Si bien las concepciones de Bowlby nos hacen ver de otra manera la realidad biológica del desarrollo libidinal, no tienen ninguna incidencia sobre la experiencia clínica del psicoanalista. El trabajo de éste se ocupa de representaciones y fantasías, de conflictos, defensas y afectos, dicho brevemente sobre lo libidinal y no sobre sus bases biológicas…” (D. Widlöcher, pag. 92).
En mi criterio, el clásico problema planteado por Ricoeur sobre la adscripción del psicoanálisis (a la hermenéutica o a las ciencias naturales) establece una censura imposible de rellenar entre dos órdenes de discurso.
Con todo, el Coloquio de Zazzo se plantea sobre los orígenes de la teoría del apego, sobre su alineamiento con la etología y la biología, pero en 30 años más, muchos cambios han sobrevenido.
Hace menos de un año, Diciembre 2000, uno de los participantes en el Coloquio de 1971 ha animado un nuevo coloquio: Daniel Widlöcher ha tomado el papel de Zazzo y ha propuesto a diversos psicoanalistas debatir el problema… El resultado es un libro “Sexualidad infantil y apego”, en el cual Jean Laplanche, Peter Fonagy y otros “reaccionan” al texto de Widlöcher.
Como me sucede lo mismo que con el anterior, volveré a la “entresaca” sospechosa:
“Amor de objeto y autoerotismo coexisten a lo largo de la infancia. Las condiciones de satisfacción no son las mismas. El amor de objeto está dirigido a una persona real, un “otro”… A diferencia del amor de objeto, la sexualidad infantil se construye a partir de una exigencia interna y obtiene su satisfacción en una actividad auto-erótica psíquica y/o física. Aquí el objeto solamente representa al actor a quien se le da un papel en el escenario imaginario. Es intercambiable…” (D. Widlöcher, pag. 21)
“La teoría que propongo es que la sexualidad infantil no tiene nada que ver con programas genéticamente determinados… Tiene que ver con la pura subjetividad propia de la actividad fantasmática”. (D. Widlöcher, pag.31).
“El apego surge, entendido en sentido amplio, del territorio de la autoconservación y del instinto”…. “el apego no es más que una parte de los comportamientos instintivos de autoconservación” (J. Laplanche, pag. 73).
No puedo estar de acuerdo con este modo de plantear el problema: Como no podemos desalojarlos, ignorémoslos haciéndonos sitio al lado.
La actividad autoerótica que encuentra su objeto en el fantasma sólo es posible (esto es lo que se ve en la clínica) si la “subjetividad” de la que habla el autor ha podido realizarse en la relación amorosa con el objeto primario. Quien no se ha constituido en sujeto no tiene autoerotismo ni fantasma; tiene actividades de descarga (como hacen los niños con trastornos graves, golpeándose o hiriéndose; o como hacen algunos adultos que, con gran frecuencia, no tienen actividad autoerótica o utilizan lo que parece erotismo al servicio de necesidades más básicas…).
“Contrariamente a la hipótesis freudiana, la alucinación no es anterior a la experiencia real; se apuntala sobre ella, confiriéndole un sentido nuevo”. (D. Widlöcher, pag. 32).
“La pulsión, tal como nosotros la concebimos es no adaptativa, incluso diríamos anti-adaptativa; inscrita en el cuerpo y en la biología, no es, sin embargo, de origen genético, sino que debe su especificidad a la relación adulto-niño…” (J. Laplanche, pag. 67)
“El hombre, en cuanto a su sexualidad, está sometido a la mayor de las paradojas: lo adquirido pulsional precede en él a lo innato instintual; de tal manera que la sexualidad instintual, adaptativa, en el momento en que surge encuentra –por así decir– “la plaza ocupada” por lo pulsional infantil, antes y siempre presente en el inconsciente”. (17) (J. Laplanche, pag. 75)
Mi modesta condición de clínico no puede enfrentarse a estos problemas…
Esta es, más o menos, la respuesta de Fonagy en el libro citado. Yo creo, como dice en otro lugar Eduardo Colombo, participante también en este coloquio, que “como la pulsión, “inobservable” en la clínica, es una entidad teórica, vehicula postulados y leyes de un campo heterogéneo… Persistir en el empleo de energías y fuerzas como entidades explicativas produce múltiples efectos negativos, entre ellos… la ilusión de creer que uno comprende algo cuando utiliza el término “pulsión”; otro, en el fondo más grave, es el de amarrar al psicoanálisis a un pasado caduco”.
III. ENCUENTRO EN LA CLÍNICA
Si uno no tiene una necesidad perentoria de afianzar su identidad en la pertenencia a una “doxa”, creo humildemente que no es muy difícil que ambas teorías cooperen. De hecho, eso ya ocurre con algunos autores que, psicoanalistas e investigadores del desarrollo al mismo tiempo, pueden transitar entre los dos campos sin problemas. Así lo hace Daniel Stern, Peter Fonagy y su grupo, Robert Emde, Bertrand Cramer en el mundo francófono… A condición de que el psicoanálisis pueda revisar alguna de sus posiciones tanto metapsicológicas como clínicas, creo que las dos teorías son coherentes y complementarias.
Si podemos modificar el concepto de función del aparato psíquico desde la posición clásica de entenderlo al servicio de la consecución del estímulo cero (lo cual no se ajusta para nada a los hechos ¿cómo se entiende si no la existencia de excitaciones placenteras?) para verlo al servicio de la homeostasis, de la regulación de los estados afectivos; si pensamos que tal fin sólo se logra en la interacción, si podemos transformar el apuntalamiento en la organización jerarquizada de una serie indefinida de Modelos operativos que dan lugar a sistemas de conducta cuyas condiciones de activación y de extinción se encuentran en la respuesta ambiental, entonces la fantasía inconsciente nace de la interacción, el apuntalamiento ya no es unidireccional sino recíproco, de tal manera que el apego pueda servir de apoyo a la sexualidad y también la sexualidad se ponga al servicio del apego. Por ejemplo, una teoría metapsicológica “pura” como es la de Laplanche de la “sexualidad enigmática” del inconsciente materno traspasada al niño ¿qué inconveniente hay en ver al apego como vehículo del enigma?
Lo que evidentemente no es sostenible es, por ejemplo, la idea del objeto contingente de la pulsión. Ni tampoco la concepción de los instrumentos clínicos en la forma clásica. Transferencia y contratransferencia son parte de un campo intersubjetivo donde se “crean” mutuamente; la resistencia, la reacción terapéutica negativa, todo ello hay que reformularlo en función de la interacción.
VIÑETAS CLÍNICAS
Presentaré a continuación dos viñetas clínicas.
Primera viñeta
Hace años atendí a una paciente de veintipocos años, recién casada, que sufría de una gravísima inhibición fóbica. La paciente, que impresionaba por su aspecto infantil (parecía una púber, tal vez diez años menor de los que tenía en realidad) había hecho unos meses atrás una inopinada “huída hacia adelante”. La menor de tres hermanos (hermana mayor casada, dos niños; hermano cuatro años mayor que ella, trabajando con el padre en el negocio familiar), estudiaba segundo o tercer curso de sus estudios universitarios cuando, de repente, toma la decisión de casarse, con el beneplácito de la familia. Debiendo trasladar su residencia al casarse, alejándose –no mucho, poco más de 100 km– de la casa paterna, traslada también su expediente académico para continuar sus estudios en Madrid. “Nada ha cambiado… pero ya nada es igual”.
Sufre un primer episodio de angustia fóbica cuando, cenando con su marido en un restaurante, siente pánico a atragantarse, debe interrumpir la velada y, a partir de ahí, nunca más podrá comer en público ante la amenaza de un nuevo episodio de angustia.
Poco después sufre una crisis de claustrofobia en clase… y no puede volver. Interrumpe, “por el momento”, los estudios.
La angustia fóbica se extiende de tal modo que, cuando me consulta, unos ocho meses después de casarse, no puede permanecer sola ni un momento y, puesto que el marido ha de trabajar, la solución encontrada es el regreso a casa de los padres, adonde el marido la visita cada fin de semana.
Se plantea un tratamiento psicoanalítico –cuatro sesiones por semana– y, a tal fin, vuelve a Madrid, a “su” casa.
Muy pronto la situación se revela imposible: la agorafobia es muy intensa, una crisis de ansiedad al tomar el metro la deja completamente inhibida… Se plantea un encuadre “heroico”: Vuelve a casa de los padres, la madre la acompañará en autobús cuatro veces por semana, ida y vuelta…
Por si a estas alturas alguien no se ha enterado de por donde van los tiros, les diré que mi paciente es virgen, (no “ha consumado” su matrimonio, “nunca se me hubiera ocurrido que eso tenga ninguna relación con lo que me pasa, si no llegan a preguntármelo Vds. –antes que yo, había tenido una entrevista con otro terapeuta…– nunca hubiera pensado que eso fuera importante”. “No ocurre nada: solo que a mi me da mucho miedo, pienso que me va a doler mucho…”. “Mi marido dice que no hay problema, que él esperará lo que haga falta…”).
[Tengo que decir que este era un caso de supervisión “oficial” en mi formación; igual que Bowlby porfiaba con Melanie Klein sobre la importancia del Objeto externo, yo hacia lo propio con mi supervisor: el marido de mi paciente, treinta años, sólida actividad profesional, se operó de fimosis una semana antes de la boda; un postoperatorio accidentado le hizo emprender el viaje de novios con los puntos de sutura abiertos e infectados… el noviazgo había durado tres años, los preparativos nupciales cerca de un año… pero “a él no le ocurre nada, soy yo quien tiene problemas…”, decía la paciente. A lo cual asentía mi kleiniano supervisor…]
El tratamiento comenzó “a tres”, con la madre haciéndose sutilmente presente en la sala de espera: una tosecita, unos pasos discretos camino del cuarto de baño; el mismo modo, por otra parte, en que ella, mi paciente, vivía su relación conyugal.
Bueno, pasó el tiempo, los síntomas amainaron, poco a poco la enorme extensión que había alcanzado la inhibición fóbica se fue reduciendo; la paciente regresó a Madrid –no volvió a la Universidad, podía permanecer sola dentro de su casa, con gran esfuerzo empezó a conducir y a tolerar el “miedo a perderse”– y cuando el marido viajaba, se trasladaba a casa de sus padres.
Era una paciente muy voluntariosa, inteligente, vivía sus síntomas con un sentimiento egodistónico que la hacía trabajar mucho en el análisis y un día apareció con una decisión tomada: “Ya es hora de que pruebe a dormir en mi casa aunque no esté mi marido; el próximo domingo se irá, solamente estará fuera dos noches, creo que es una buena ocasión para ponerme a prueba…”.
A la sesión siguiente llegó impactada por lo que había ocurrido. Ella hablaba por teléfono cada día con su madre y ésta, sabiendo del viaje del marido, con toda naturalidad le preguntó: “¿Cuándo vas a venir, a qué hora llegarás?”. Y mi paciente, con toda ingenuidad, le contó sus planes: “No, no voy a ir; creo que voy a ser capaz de quedarme en mi casa…”. La madre no dijo nada. Pero al rato, telefoneó su padre, haciéndole la misma pregunta. “No, ya le dije a mamá que…”.
El padre la interrumpió: “No me has entendido, ¿no te das cuenta de lo que le estás haciendo a tu madre?”. Finalmente la madre le “explicó” algo que durante años había sido un código tácito: “Mira, yo tengo 50 años y nunca he dormido sola. Y tú no vas a ser más que yo”.
El fin del tratamiento, cuatro años después, se puede considerar exitoso: la paciente no volvió a la universidad pero realizó unos estudios más cortos que la condujeron rápidamente a una autonomía económica, las fobias desaparecieron. Se separó de su marido y, haciendo buena la intuición de Freud respecto a qué late tras una agorafobia (una fantasía de ser una “mujer de la calle”, una “perdida” –su miedo a perderse cuando comenzó a conducir–…), mantuvo una corta relación transparentemente edípica y, a continuación, pasó sus primeras vacaciones de verano sola, en una universidad inglesa, perfeccionando el idioma inglés y recuperando su vida allí donde la había interrumpido.
¿Por qué razón el tema de mi ponencia me lleva a evocar este caso ya antiguo? Creo que la respuesta es que en él coexisten los dos niveles que venimos tratando, el conflicto sexual y el problema del apego. La elección del compañero sexual era una pantalla: objeto desexualizado, nunca había sentido la menor excitación con él, en tanto que otros hombres estaban intensamente investidos en sus sueños y en sus recuerdos. Varón castrado –real, no simbólicamente– muy parecido a su pasiva y masoquista madre (quien “la había traicionado” al dejar que se casara) le permitía “esconder” en el matrimonio su miedo a estar sola (que también era su deseo).
Segunda viñeta:
Veintitantos años, recién casada. Una sesión en el primer año de psicoterapia.
Hablamos de su primera experiencia sexual (uno de los motivos de su tratamiento, no el único ni siquiera el más urgente para la paciente son ciertas dificultades en la relación sexual: “yo nunca tengo deseo…”, dice). Su primera experiencia fue “con el chico con el que salía entonces…” (tenía 15 años). No le gustaba mucho, “no sé porqué salía con él…”.
“Sucedió un poco por casualidad… él insistió… yo tampoco dije que no…”
Aparece ahí un escenario de sumisión, sometimiento al deseo del otro, un patrón histérico muy corriente (sometimiento al deseo del otro que no se realiza únicamente en lo sexual sino en todas sus relaciones afectivas, una hermana muy demandante de compañía, etc.).
Yo le señalo el valor defensivo de su conducta sumisa: seguramente ella teme algún peligro si no se somete (estoy pensando en “el temor a la pérdida del amor del Objeto”, Freud, 1926).
Después de asentir, aparece la siguiente asociación:
“Ayer mismo me pasó. Llegué a casa de mi madre (“estoy otra vez en su casa…”, me aclara)”. “Cuando estaba en el garaje, sonó el móvil y era ella”.
“Sube y cuando estés en mi cuarto, llámame”, dice la madre.
(El relato va colocándome frente a un escenario que, a la manera de un guión cinematográfico, que emplearála técnica del protagonista narrador subjetivo hace al espectador identificarse con él.).
“Subo y cuando ya estoy en su cuarto, la llamo”.
“¿Ya estás en mi cuarto?. Bien… Túmbate en la cama”. “¿Ya estás? Pero, ¿dónde estás? ¿en mi lado? No…, túmbate en el medio”.
La paciente va interpretando la escena… pone cara de perplejidad… ensaya una tentativa de interpretación: “Pensé que quería que viera una gotera… no sé… quizás para llamar al fontanero…, tal vez que hubiera una gotera justo encima de su cama…”.
Mientras la paciente pensaba en necesidades de conservación –reparar goteras en la casa– yo estaba entrando en la seducción de una escena sexual desplegada en mi mente.
Concretamente recordé una novela –y una película posterior– “Histoire d’O”, que es una especie de catálogo de sadomasoquismo con una supuesta base filosófica que describe una paradoja: la mayor libertad es la mayor sumisión, es el deseo el que nos esclaviza…
La conversación telefónica sigue: “¿Estás en el medio de la cama? Levanta las piernas. Ahora abre las piernas. ¿Ya estás? ¿Ves el baúl chino enfrente? Pues abre el cajón derecho y…”
Cuando la hija inicia una frase de ¿protesta? ¿incredulidad? La madre se da cuenta de que la hija ha ido haciendo obedientemente todo lo que ella le iba pidiendo.
“Pero… ¿tú estás tonta? ¿no te das cuenta de que te estaba tomando el pelo? ¡Ya estás contándoselo mañana mismo a tu terapeuta…!
No sé si he sabido transmitir con eficacia lo que yo creo haber visto.
Para empezar, no creo en modo alguno que la madre sea una perversa ni que haya en esta secuencia ninguna… maldad.
Sí creo, en cambio y por los datos que no les he contado, que mi paciente –y también su madre– han tenido y tienen dificultades para sentir –en un caso– y para proveer –en el otro– una “base segura” (Ainsworth).
La idea del apuntalamiento aquí no es pertinente. Si, en cambio, la idea de cooperación, de joint venture entre necesidades instintivas o movimientos pulsionales, cooperación según la cual, en un momento dado, la “sexualidad enigmática” del inconsciente materno (Laplanche) es transportada por las conductas de apego y, en otro momento, la sexualidad –tomada en sentido amplio– da soporte a la necesidad humana de sentirse en compañía.
1 Atwod y Tomkins (1976): “Sobre la subjetividad de la teoría de la personalidad”. La premisa básica de ese artículo es que cada teoría psicológica hunde sus raíces en la vida psicológica del autor de la teoría.
2 Los Robertson eran asistentes sociales dedicados al trabajo con la infancia desasistida. James Robertson es el autor de una serie de películas destinadas a ilustrar los efectos sobre los niños pequeños de la separación de su madre. Probablemente las más conocidas son las que pertenecen a la serie “Una niña de 2 años va al hospital”, de 1948, en las que se muestran los estados afectivos manifiestos en la conducta de una niña que es internada en el hospital durante una semana para una pequeña intervención, en un caso sin su madre y en el otro, con ella.
3 Su trabajo con Dorothy Burlingham en las guarderías Hampstead.
4 Las diferentes teorías psicoanalíticas sobre la separación y la pérdida de objeto están muy bien resumidas en un artículo de Juan Manzano “La séparation et la perte d’objet chez l’enfant: Une introduction”. 48.º Congrès des psychanalystes de langue française des pays romans, Genève, 1988.
5 En una sucinta “Nota sobre el contexto histórico de la teoría del apego” que Bowlby aporta al famoso Coloquio imaginario animado por Zazzo en los primeros 70, refleja las influencias cruzadas entre las distintas ciencias en ese momento: Bowlby fue fuertemente influenciado primero por el trabajo de Lorenz, lo que le condujo a Huxley y éste a Hinde cuyo estudio de la relación madre-bebé en los monos rhesus fue a su vez influenciado por los trabajos de Bowlby en la Tavistock. Paralelamente, los trabajos de Harlow fueron determinados por los de Spitz. La publicación de “La naturaleza del amor”, de Harlow, y del primer artículo de Bowlby, “La naturaleza del vínculo del niño con su madre”, se produce en el mismo año.
6 Internal working models, traducido al francés como Modèles internes operants, en español ha sido traducido como Modelo interno de trabajo, también como Modelo operativo y como Modelo representativo.
7 Una autocrítica que Bowlby se dirigió siempre, atribuyéndose en parte la responsabilidad de no haber sido bien comprendido, fue la de no diferenciar con suficiente claridad el apego de las conductas de apego y así contribuir al error de tomar el apego como una teoría conductista.
8 Ainsworth pensaba que la figura de apego proveía al niño de una base segura para el desarrollo de su conducta exploratoria y de separación. Aunque el concepto de base segura ha quedado unido a la figura de la investigadora, en realidad ella lo tomó de William Blatz, director del Institute of Child Study de Toronto, y de su teoría de la seguridad, en donde era usado el concepto en muy diferente sentido. (Rudtnytsky, 1997).
9 Las cursivas son mías. La cita está tomada de Main, M. (2000).
10 Hay que hacer una puntualización importante en relación con el concepto sistemas de conducta: “La conducta instintiva no se hereda: lo que se hereda es cierto potencial para desarrollar determinados tipos de sistemas –los que aquí llamamos sistemas de conducta– cuya naturaleza y forma difieren en cierto modo, según el ambiente concreto en que tenga lugar el desarrollo”. J. Bowlby, El apego. Pág. 81. 1998.
11 Obsérvese que ya no se trata más de la respuesta ante la separación, sino de la interacción madre (o cuidador)-bebé.
12 Creo que es innecesario aclarar que donde se habla de madre, se ha de hablar de cuidador primario y que, si bien el primer vínculo se establece con una única figura de apego, muy rápidamente aparecen conductas de apego referidas a otras figuras.
13 En una extensión de la clasificación de Ainsworth, Main denomina a las tres categorías de apego (seguro, inseguro evitativo e inseguro ambivalenteresistente) categorías de apego organizado para distinguirlas de una cuarta categoría encontrada en estudios posteriores de apego desorganizado (apego desorganizado-desorientado) y también “porque tanto la conducta como la atención (ya sea flexible o inflexible es consistente y además es comprensible como una estrategia de adaptación a las condiciones en que se encuentra el infante (por ejemplo, la situación de cuidados) Main, 2001.
14 Esta conducta puede ser interpretada equivocadamente como positiva. En estudios de monitorización en la Strange situation se ha comprobado que estos niños presentan patrones físicos de ansiedad (ritmo cardíaco, etc.) y el hecho de que no la manifiesten no quiere decir que no la padezcan.
15 Aunque pecando de reduccionista, creo que el psicoanálisis kleiniano se ha mantenido en el aislamiento insular, el francés bastante tenía con mantenerse a distancia de Lacan –a quien, por otra parte, le aproxima su vocación hermenéutica- y la psicología del Yo tenía sus propios problemas domésticos, los que le daba la heterodoxia de Kohut.
16 Basado en una elaboración colectiva: La de un seminario de doctorado sobre La noción de apego y los orígenes de la afectividad.
17 Para una discusión de los términos “innato” y “adquirido” ver Bowlby “En el pasado, las frecuentes polémicas sobre la posibilidad de que determinadas conductas de este tipo –se refiere a las llamadas conductas instintivasfueran innatas o adquiridas (por medio del aprendizaje o por otros medios) han conducido a discusiones fastidiosas, sin fruto alguno. Actualmente, nos hemos dado cuenta de que la antítesis entre “lo innato” y “lo adquirido” es artificial. Toda característica biológica, sea de índole morfológica, fisiológica o relativa a la conducta, es un producto de la interacción de lo genético heredado con lo ambiental. Por lo tanto, tenemos que dejar de lado el empleo de términos tales como innato y adquirido y desarrollar una terminología nueva”. Bowlby, el apego, pag. 72.