How the father’s violence influences his teenage son

Sabin Aduriz Ugarte
Miembro titular de la APM. Miembro de Sepypna

RESUMEN

Deseo exponer, desde una perspectiva psicoanalítica, el problema que supone para el hijo varón adolescente la violencia de su padre, en tanto influye en la asunción de su identidad sexual y en su compromiso con la realidad. La vía privilegiada a través de la cual el adolescente capta la violencia del padre es la de la identificación, sea como identificación con el agresor o instalándose el lugar de víctima pasiva. En este último destino se produce una fijación masoquista en el adolescente a hacerse pegar, a excitar la violencia del otro, a perderse él mismo. A través de un caso clínico se muestra que es esencial que en el vínculo terapéutico se puedan desplegar los fantasmas de la escena primaria, las imagos materna y paterna que marcan la vida del paciente, para hacerlas conscientes y poder transformarlas para que el sujeto no quede fijado en la posición de víctima.

PALABRAS CLAVE: violencia paterna, identificación, pasivizacion, escena primaria.

ABSTRACT

I wish to lay before the problem posed to the teenage son of his father’s violence, whiletaking influences sexual identity and its commitment to reality. The privileged way through which the adolescent captures the father’s violence is the identification, whether as identification with the aggressor or settled place of passive victim. In the latter destination there is a masochistic fixation on the teen to become hit, to excite the violence of another, to loss himself. Through a clinical case shows that it is essential that the therapeutic relationship can be deployed the ghosts of the primal scene, the maternal and paternal imagos that mark the life of the patient, to make them aware and to transform them in order to the teen isn ́t tight as a victim.

KEY WORDS: father’s violence, identification, passivity, primal scene.

1. EL ADOLESCENTE AFECTADO POR LA VIOLENCIA PATERNA

Deseo exponeros el problema que supone para el hijo varón adolescente la violencia de su padre. Tal maltrato hiere al adolescente donde más le duele e influye en la asunción de su identidad sexual y en su compromiso con la realidad.

Pero además quiero plantear que el enfoque de esta situación desde una perspectiva psicoanalítica implica que el adolescente no quede fijado en su condición de víctima sino permitirle reconocer sus servidumbres, para que al liberarse de sus ataduras pueda rescatar su ilusión de crear y de vivir.

En primer lugar hay que dar todo su peso al hecho de que la violencia del padre ha estado apuntalada en nuestro país, en nuestro medio social, en una mentalidad autoritaria que ha otorgado al padre un poder abusivo sobre su mujer e hijos. No debemos olvidar que el marco social y cultural influye sobre el psiquismo individual, al incidir sobre los modos como se configura la subjetividad. Sabemos que la mentalidad autoritaria propicia la culpa y el temor al castigo.

Cuando hablo de la violencia del padre sobre su hijo adolescente me refiero a un conjunto de modalidades, que pueden darse en su totalidad o sólo algunas de ellas: el maltrato físico y el ejercicio del insulto y de la humillación, así como la violencia ejercida por la certeza de tener la razón y, por ende, de tratar de imponerla con rigidez, inflexibilidad e impenetrabilidad. El padre que no se mueve de su verdad ni se conmueve, que nunca pregunta ni toma en cuenta lo que su hijo quiere, que no reconoce lo propio de su hijo, está incapacitado para escucharlo y para ponerse en su lugar. Esta violencia desespera, deshumaniza, anula al hijo como sujeto y produce una herida duradera en su amor propio. Precisamente si el adolescente tiende a provocar a su progenitor, en el sentido del pro-vocare, de la llamada al otro para hacerlo trabajar psíquicamente con sus retos y sus salidas de tono, y su progenitor se mantiene impermeable a esta llamada, a esta confrontación que le propone, el adolescente va a sentirse profundamente herido y decepcionado.

Pero la violencia del padre no va a quedar en una simple decepción. La vía privilegiada a través de la cual el adolescente capta la violencia del padre es la de la identificación. Mediante la identificación el padre pasa de ser una figura externa a formar parte del mundo interno del joven; éste interioriza no sólo ciertos rasgos y comportamientos del padre sino lo que podríamos llamar el fantasma del padre violento. La identificación puede manifestarse de diversas maneras, una de las principales sería como identificación con el agresor, a través de la cual el sujeto mismo se convierte a su vez en un ser violento. Esta forma de identificación siempre está presente de un modo manifiesto o latente, pero yo quiero referirme más bien a identificarse con el lugar de víctima pasiva.

Para el adolescente varón será muy importante poder tomar de su padre o de las personas que puedan sustituirle y ocupar su lugar, los atributos o las insignias que le permitan sentirse un hombre y construir su identidad masculina. Este “tomar” al que me refiero no es algo meramente imitativo sino un proceso que pasa por cuestionar los ideales transmitidos por el padre para quedarse con algunos y rechazar otros. Precisamente este proceso puede ser bloqueado por la incorporación psíquica de un padre violento.

Decía que ser víctima pasiva es uno de los destinos de la identificación con un padre violento. La pasividad es un concepto complejo y rico en sentidos, yo me refiero a la actitud pasiva que consiste en no tomar iniciativas, esperar que el otro diga lo que uno es y lo que uno ha de hacer, amoldarse y complacer a los otros, no enfrentarse y no decir “no” por miedo. Esta pasividad tiene grandes consecuencias en todas las actividades propias del joven, pero en especial en la relación con sus compañeros y con sus amigos. El adolescente pasivo puede sentirse como un niño débil y su conciencia moral juzgarlo como un ser inocente que conserva un mundo infantil idealizado y protegido de la sexualidad genital. A causa de esto es muy fácil que pueda convertirse en blanco de bromas y burlas sin poder responder a ellas y, en general, estar expuesto a ser excesivamente influido por lo que puedan decir o pensar los otros. Si uno no puede decirle “no” a otro tampoco puede creer en sus propios juicios, defender sus propias ideas y confrontarlas con los demás disponiendo de un sitio propio para pensar y para decir.

La posición de ser víctima pasiva lleva aparejada una inhibición de la agresividad, de esa agresividad necesaria para vivir, para respetarse y ser respetado. Es preciso diferenciar la violencia de la agresividad, la primera tiene un fuerte componente destructivo y la segunda está al servicio de la necesaria discriminación del otro y de la vida. El hecho de vivir en el papel de objeto marcado por la violencia paterna puede favorecer que la emergencia de los impulsos agresivos inconscientes pueda ser experimentada por el sujeto como la posibilidad de que se realicen en la realidad y ante ello han de ponerse en marcha urgentes medidas defensivas que inhiben radicalmente toda agresividad. Un arañazo producido en una pelea con un compañero de clase puede despertar el miedo de haberle sacado un ojo y acompañarse de un terrible sentimiento de culpa.

Una de las tareas fundamentales de la adolescencia es la de representarse el adolescente como un sujeto producto del encuentro de dos deseos, el de su madre y el de su padre. Los psicoanalistas llamamos a esto construir internamente una escena primaria, en la que el sujeto pueda imaginarse excluido de la relación sexual entre sus padres pero a la vez pueda rescatar la curiosidad y los deseos activos que le suscita esta escena. La escena primaria está configurada por la imago materna y por la imago paterna y por la conjunción entre ambas. La imago sería la construcción de una figura animada por el deseo inconsciente. Los materiales con los cuales se construyen las imagos son restos de cosas vistas u oídas, es decir, restos de percepciones de los vínculos con los padres que son transformados por los deseos inconscientes.

El padre violento contribuye a que el hijo construya una escena primaria sádica y violenta entre sus padres, a menudo la figuración de un padre que trata mal a una mujer, con la cual el hijo se siente fuertemente identificado. Pienso que la imago paterna está hecha de una mezcla de idealización del padre, orgullo paterno, temor y profundo rechazo y odio al padre. Ese padre es inalcanzable, tocado a veces por la suerte del genio; autosuficiente y orgulloso, jamás se rebaja, no necesita de nadie; ese padre es un deus ex machina, causa de todo. Pero asimismo es muy difícil expresar lo que es, puesto que a menudo el joven tiene la convicción de que es preciso haber sufrido en propia carne la violencia para hacerla creer. Esta imago le deja al adolescente ante la necesidad de protegerse en la madre, pero a la vez queda inerme ante una imago materna omnipotente. En la relación cotidiana con la madre si su hijo se altera, se enfada, grita o se descontrola y su madre le dice: “eres como tu padre”, este juicio rápidamente le lleva al hijo a imaginarse como un padre que maltrata, dificultando y mucho el proceso de separación psíquica de su madre. A menudo el hijo adolescente insiste en que la madre le ve a veces como su pareja, como si fuera su padre. La manifestación de los afectos en la relación con la madre puede verse seriamente comprometida. Todo esto va a tener un profundo efecto en la relación con las chicas, como si una maldición o una compulsión a repetir un fracaso se hubiera instalado ahí. El adolescente puede sentir por ejemplo que si toca a las chicas las rebaja, les falta al respeto.

He mencionado antes que la identificación con el padre como hombre es esencial para que el adolescente construya una identidad masculina; ahora bien, para que se produzca esta identificación es condición que el adolescente ame a su padre y que ese amor se transforme en una identificación con él. Sabemos que desde la mentalidad autoritaria no está bien visto que los hombres manifiesten sus afectos. La violencia paterna coadyuva a la inhibición radical de este amor y facilita una intensa erotización inconsciente que se degrada en un vínculo sado-masoquista. ¿Cómo se manifiesta este vínculo? Especialmente por una fijación masoquista en el adolescente a hacerse pegar, a excitar la violencia del otro, a experimentar situaciones que le conducen a perder cosas, a perderse él mismo, a ser en ocasiones el hazmerreír.

Desde la perspectiva del psicoanálisis no podemos contentarnos con exponer los efectos de la violencia paterna, dejando a nuestro adolescente fijado al estatuto de víctima; ya que ser víctima es una forma de ser. Recuerdo una entrevista a un preso en la que ante la pregunta: ¿Quién eres?, repetía una y otra vez: “yo soy pirómano”: era su orgullosa identidad. Es preciso por tanto trascender este lugar de víctima. Como decía Bárbara Dürhkop, viuda del senador Enrique Casas, asesinado por ETA, en El País del 27 de Enero de 2006: “La grandeza de las víctimas está en trascender el propio dolor para lograr ver otro camino, quizás largo y doloroso, pero viable y esperanzador, intentando superar odios y rencores”.

Como psicoanalistas hemos de tener la suficiente sensibilidad y capacidad de contención para que el adolescente sienta confianza para animarse a compartir su dolor. Pero asimismo tenemos la responsabilidad de ayudarle a trascender su papel de víctima. En primer lugar favoreciendo que pueda mostrar su genuina agresividad para confrontarse con su padre y con los otros, que pueda rescatar su propio amor propio y su carácter para enfadarse y decir “no”, saliendo de la situación pasiva de complacer a los demás o de vivir satisfacciones masoquistas.

Pero además es esencial que pueda desplegar sus fantasmas de la escena primaria para ser consciente de ellos y poder transformarlos: el paciente que presento más adelante tenía la fantasía “de ser hijo de una Virgen madre unida a un Dios que pone los niños dentro de ella”. En esta fantasía inconsciente Dios Padre es quien premia y castiga y no hace falta que el adolescente sea responsable de sus actos, ya que tal responsabilidad está proyectada en Dios. Asimismo nos hallamos en muchas ocasiones ante la disyunción: “o con mamá o con papá”, por la que irse con papá es alejarse de mamá que se queda sola y a la que puede pasarle algo, e irse con mamá es estar seguro pero quedarse encerrado en ella y pensar como ella piensa. Podemos constatar como el adolescente no encuentra en esta alternativa su propio lugar como sujeto. También deseo incluir aquí la fantasía de que la misión del adolescente sea matar al padre tirano.

Es vital esclarecer este mundo de fantasías para que el adolescente pueda asumir una posición activa ante los estudios y ante la vida. En esta perspectiva podemos situar la construcción y disolución de la fantasía: “que la madre, como hada buena, me rescate del padre-ogro”, haciéndose cargo de las cosas del adolescente, sacándole “las castañas del fuego”. Esta fantasía conduce al adolescente a esperar la salvación de la madre, la protección de ella del principio de realidad, inhibiéndose frente a dicha realidad. Al elaborar esto, nuestro joven cae en la cuenta de que se había apoyado en la omnipotencia de la madre para defenderse de la situación con el padre, pensando que la madre iba a sacarle de cualquier apuro, pero a condición de dejar las cosas en sus manos, sintiendo que las cosas no son para sí sino para ella, por ejemplo el estudio. Descubre que ha buscado esta protección porque el padre ha representado una ley de vida que a él le producía miedo a la vida, figuración de un mundo hostil como principio de realidad. Por ello es preciso que el adolescente elabore la hostilidad hacia el padre para tener una relación creativa con la realidad.

Finalmente es muy importante para el adolescente hacer el trayecto que va desde “mi madre me ve a mí como su pareja” al descubrimiento de “me da vergüenza reconocer que a veces siento que mi madre no es mi madre, es otra cosa, es como mi cónyuge, puede ser que por eso no puedo decirle que está guapa o que voy a echarla de menos”. Dar este paso significa reconocer el deseo edípico incestuoso que anida en el corazón del adolescente, para así poder renunciar a él y poder amar a una chica. Este camino complejo y hermoso pasa también por reconocer al padre, echarle de menos en lo que puede aportar y darse cuenta de que aquel hombre temible pero ideal ha envejecido, y que por tanto el hijo adolescente ya no es un niño, puede morir un día y ahora puede confrontarse de tú a tú con el padre.

 

2. MATERIAL CLÍNICO

Para profundizar en lo mencionado anteriormente voy a exponer de forma sucinta el caso clínico de un paciente de casi 17 años. Su madre me llamó para pedir una consulta por su hijo. Éste había sufrido una situación humillante en el colegio: un compañero había dibujado una viñeta ridiculizando a Alejandro, viñeta que pasó de mano en mano provocando en Alejandro una inmensa vergüenza y un fracaso académico en la primera evaluación. Más tarde me enteré de que este compañero había sido hasta entonces el mejor amigo del paciente y se había vengado de su inferioridad física y académica.

En la entrevista con la madre me contó que se separó del padre de Alejandro cuando este tenía un año a causa de los malos tratos que padecía: su marido la humillaba psicológicamente, llegando en ocasiones a agredirla también físicamente.

Durante el primer año de tratamiento Alejandro describió con insistencia y minuciosidad escenas en las que había sufrido una violencia psíquica paterna: era obligado a ir de vacaciones con su padre, su padre le metía la cabeza en el agua del mar para fortalecer a su hijo, su padre le había insultado llamándole cobarde, marica, etc. Le había exigido que limpiara con su camiseta los vómitos de su hermana pequeña. Ahora le imponía clases particulares de ciertas asignaturas que él mismo le impartía. La lista de agravios era infinita y ocupaba la mayor parte del tiempo de las sesiones.

Alejandro vivía con su madre y los fines de semana se sentía obligado a ir a casa de su padre que vivía con su nueva mujer.

Durante los primeros tiempos del tratamiento me llamaban asimismo la atención los despistes del paciente: perdía cosas valiosas y a causa de esos despistes se veía envuelto en situaciones rocambolescas que tenían en común el verse como un “pobrecito”.

Alejandro tenía miedo de que sus amigos se separaran de él y le tomaran por tonto. No se enfadada nunca con ellos y era muy pasivo dejándose llevar sin tomar iniciativas; ser muy complaciente era una manera de evitar que pudieran dejarle los amigos puesto que él lo que más temía era quedarse solo. Se le “metió” un amigo en su casa durante una semana y lo vivió como si fuera un intruso, como si fuera un hermano que le quitaba la comida y la atención de mamá.

Poco a poco Alejandro fue teniendo mayor relación con las chicas: le gustaba ser amado pasivamente por una mujer y le costaba asumir una posición activa. Cuando se animaba a decirle a una chica que le gustaba después le asaltaban las dudas, se sentía culpable y temía que hasta podría casarse con ella por sentirse obligado.

Alejandro no había podido construir una escena primaria representando a unos padres que se desearan el uno al otro. Me dijo que cuando se enteró de cómo venían los niños sintió un escalofrío al imaginarse a su padre con su madre, no podía imaginarlos a ninguno de los dos en esa situación, pues los dos eran ideales. Ver a su madre entregada a los brazos de su padre le resultaba inconcebible.

En relación con la sexualidad el paciente se fue dando cuenta del peso represivo que la religión había cumplido para él. Se produjo un cuestionamiento de los valores de su madre: por ejemplo no estaba de acuerdo con la idea de que Dios hace que los pobres existan y experimentaba miedo por no ir a misa, ya que podría ser castigado. Se dio cuenta de que estaba demasiado ligado a su madre para estar con una chica y anhelaba buscar un margen de libertad.

De pronto, ante una ausencia de su madre, sintió un miedo infernal frente a una imagen que había en su casa. Evocó que cuando era pequeño pensaba que si dejaba sola a su madre la imagen podría matarla. Pudimos abordar entonces sus miedos infantiles a estar solo, sus ataques agresivos contra su madre y la rabia experimentada ante su padre que le “secuestraba” sin que su madre hiciera nada.

Realizó un viaje con su madre y le salieron eczemas en la cabeza, se le inflamaron los ganglios, cuando volvió a sus ocupaciones habituales se le pasó. Insistía en que se veía raro cuando su madre al volver a casa le contaba cosas del trabajo, se veía ocupando el lugar del padre.

Asoció que con las chicas tenía miedo a comprometerse porque podía verlas como a su madre maltratada por su padre y temía hacerles daño. Decía que era nervioso aunque no lo aparentara, a su madre necesitaba a veces expulsarla de su lado, deseando que se fuera para ser él mismo y esto le hacía sentir culpable. Por otra parte estaba el hecho de que él se sentía lo más importante para ella y casi lo único que tenía.

Pudimos ir constatando que perder cosas, ser despistado, verse como “un pobrecito” eran diversas formas de reclamar una atención de su madre. A los dos años de tratamiento se produjo una ruptura con su padre porque no soportaba más su situación de sometimiento: ser coaccionado a dar clases particulares con él, verse obligado a restringir la relación con sus amigos y deber hablar y callar según el arbitrario criterio de su padre.

Encontró un diario que escribió entre los 12 y los 15 años: anotaba cosas aunque decía que aún no las había digerido, era como una descarga. Ha tenido que volver sobre ellas para elaborarlas. Al evocar cómo durante las vacaciones le llevaba obligado su padre y cómo lo pasaba en su compañía se daba cuenta de que entonces se hallaba al borde de la desesperación. En la habitación donde se alojaban su padre dormía con su hija pequeña y con él en la misma habitación; la mujer de su padre dormía en otra habitación separada.

Si su padre era la ley del mundo y de la realidad se veía urgido a buscar en su madre una protección ante esa realidad violenta y hostil, dándole a su madre la razón contra su padre. Desde entonces, desde su pubertad, había concebido el sexo como algo sucio y violento si se realizaba con una mujer.

Durante el tiempo de ruptura con su padre al principio le ignoró, pero un día lo encontró casualmente y huyó presa de un temor irracional; más tarde me comentó que en el baño descubrió que se afeitaba como su padre y también criticó a su padre porque le había dicho a su hermanastra que Alejandro era como el hijo pródigo que un día volverá a casa de rodillas, arrepintiéndose de sus pecados. Comenzó a pensar en escribir a su padre. Murió repentinamente el padre de un amigo y este suceso le hizo pensar que él no iba a sentir nada si su padre muriera; pero no estaba tranquilo, se daba cuenta de que le daba miedo ocupar el lugar simbólico del padre, salir de la pasividad y no achantarse.

Le impactó que su hermana expresase una ambivalencia hacia su padre, llamándole la atención el amor femenino hacia el padre que él había rechazado. Descubrió que se había colocado en una posición femenina de amante despechado del padre, le resultaba difícil unir el amor y el odio. Lo asoció con que con los amigos se colocaba a menudo en una posición de pasividad y no elección. Pudo hablar de algo que había mantenido oculto: sus escrúpulos para beber del vaso de un amigo o que éste bebiera del suyo; en su casa tenía un vaso para él solo y no quería compartirlo con nadie. Vimos como el escrúpulo estaba unido al temor homosexual del contacto con la saliva del otro, Alejandro tenía que mantenerse a distancia (añoraba al padre y si se juntaba con un amigo aparecía el temor homosexual).

Por otra parte soñó tres veces seguidas con su padre, en los sueños volvía a someterse a su padre como un niño; en uno de los sueños su padre comía con él y le empujaba haciéndole caer de su sitio. En las fantasías diurnas se veía pidiendo perdón a su padre como el hijo pródigo que vuelve a casa, o no queriendo llamarle para mantener su libertad, pero no se veía tratando a su padre de tú a tú, tal vez porque le seguía teniendo miedo.

Se planteó verle. Asoció el sometimiento a su padre con la sexualidad y aparecieron dos imágenes diferentes de la madre: la madre maltratada y la madre deseante, que es la que se acostaba con el maltratador y por esa unión le tuvieron a Alejandro: había una escena primaria sádica y otra naciente en la que la madre aparece como deseante. Ambas escenas están mezcladas aún y tal amalgama está presidida por el asco que le produce al paciente que esa madre que se quejaba del maltrato hubiera sido capaz de acostarse con ese hombre.

En el vínculo transferencial-contratransferencial me sentía a veces molesto con él, puesto que mantenía una distancia conmigo y no se “mojaba”. Una sesión me expresó la rabia hacia su madre, al decirme que ella le había insistido que me contara lo de su miedo a los aviones; él no quería hablar de eso porque no le da importancia; vimos que se trataba de un miedo a volar, a despegar, a perder la tierra-madre y también a que se pudiera caer el avión. Le recordó cuando su padre le llevaba de vacaciones y su madre no hacía nada para impedirlo. Cuando hablaba con ella por teléfono desde la distancia procuraba ser amable porque temía que ella se fuera a olvidar de él. Le dije que quizá no quería hablarme de su miedo a los aviones para no reconocer ante mí lo que le pasaba con su madre. Además me confesó que le había molestado que su madre le instara a contarme sus síntomas, como si de ese modo traicionara una complicidad entre ellos.

Fue apareciendo claramente cierta disociación que se producía conmigo, como que no estaba del todo en el tratamiento; un día me anunció sin haberme avisado previamente que era el último día que venía porque había pensado dejar el tratamiento coincidiendo con las vacaciones de verano. Pudimos hablar sobre ello y constatamos que Alejandro sólo tenía confianza con su madre y a mí me excluía como si yo representara a la figura paterna. Le dije asimismo que sentía rabia hacia su madre por haberlo abandonado y que desde ahí tal vez podía sentirse culpable si se lo pasaba bien con su padre. Me respondió que a él siempre le había parecido que tenía una relación rara con su madre, mucho más fuerte que la relación que tiene con sus amigos. Se hizo consciente de que su descuido en las relaciones, como si en verdad no tuviera ningún amigo, sólo tuviera a su madre. A partir de aquí pudimos comenzar a abordar la angustia de separación conmigo que hasta entonces estaba muy negada.

Con las chicas seguía pesando la idea de que si se acercaba a ellas y las tocaba o tomaba cualquier iniciativa podía rebajarlas, las tenía idealizadas y le costaba mostrarse seductor. A partir de estar con una chica que no sabía si le gustaba apareció la idea de ocupar el lugar del padre en tanto hombre, lugar que para él era necesario ante las chicas y ante los amigos, pero le costaba mucho apropiarse de ese lugar, se veía poco hombre todavía. Era consciente de que en su manera de funcionar a menudo dejaba las decisiones libradas al azar para quedar bien o ser querido por los demás, o bien las ponía en manos de su madre.

La demanda hacia mí, pedirme algo, mostrarse, le colocaba en una posición femenina que temía. Trajo un sueño en el que instaba a un amigo a que se acostara con una chica y éste amigo le daba una respuesta enigmática: “dentro de dos semanas”, que coincidía justamente con el plazo que se había dado para hablar con su padre, lo cual no le dejaba dormir porque tenía sueños y pesadillas: miedo a que le citara en su casa y le acorralara, a que todo siguiera igual, a que no pudiera hablar a este padre terrible de tú a tú. Las asociaciones del sueño apuntaban a que hablar con el padre sería un paso adelante para él.

Llamó a su padre y tomó la iniciativa también con una chica, leyendo los signos de que él podía gustarle. Mantenerse a la espera era esperar la acción o la imposición del otro, entonces sólo cabía soportar esa imposición pasivamente pero sin mostrar los afectos. Por eso debía coger el toro por los cuernos. Le sorprendió que su padre le dijera que no había actuado porque Alejandro debía dar el primer paso, como si su padre le hubiera hecho una prueba educativa. El paciente experimentó un sentimiento de culpa hacia su madre por llamar a su padre, sentía que estaba traicionando algo: no temía que su madre le retirara su amor sino que se planteaba el problema de que ya no sería su madre su guía moral, que Alejandro no seguiría sus principios sino los suyos propios. Hasta ahora siempre había pensado ante una situación problemática en lo que haría su madre en la misma tesitura. Siempre había discutido con ella (en especial desde la adolescencia), pero con la convicción que ella iba a estar ahí incondicionalmente. Hasta ahora nunca se había planteado que ella podría faltar y la constatación de ello le hizo sentir más el paso del tiempo, acceder a una nueva dimensión de la temporalidad.

En ese momento del proceso analítico se le planteó a Alejandro el problema de construir un ideal del yo propio y no el de sus padres. Para ello hubo de cuestionar los ideales transmitidos, diciendo “no” a aquellos que para él habían tenido un valor traumático, de dominio y humillación, o un valor incestuoso, y diciendo “sí” a aquellos que eran aprovechables para constituir su propio bagaje para andar por la vida.

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